Rocío no se dejó ver la cara. Accedió a contar su historia a LISTÍN DIARIO con la promesa de que se le respetara su petición. Las marcas en su rostro y cuello son la limitante que la llevan a esconderse. No es dominicana, pero “es como si lo fuera. Siento mucho cariño por ustedes que me han acogido a mí y a muchos hermanos venezolanos”. De esta forma responde con amabilidad, a la pregunta sobre su origen y cómo llega a este país. Aunque abundó acerca de esta parte, es interesante saber primero sobre las cerca de 20 cirugías a las que se ha sometido.
“Te puedo decir que mi primera operación me la hicieron cuando cumplí 15 años. Ese fue mi regalo. En Venezuela se estila mucho esto. O al menos en aquellos tiempos. Tú ves que los padres tomaban préstamos, hacían sacrificios para darles este regalo pues, a sus hijas. Pero bien, me aumentaron las mamas y todo salió como esperábamos”. Respira profundo y añade entre sollozos: “Yo estaba muñeca, bella…”. No pudo seguir.
Al reponerse un poco, se apresta a continuar su recuento, no sin antes responder que sí es cierto que se ha hecho 19 procesos quirúrgicos, y que conoce gente que se ha hecho más de ahí. “Como te dije, comencé por los senos, la segunda fue a los 17 para subirlas un poco más. A los 20 años, volví aumentarlas, pues mi contextura aguantaba un poco más. A esa edad aproveché para que me hicieran también la lipo. Quedé súper bien”. Se detiene por un instante y hace un paréntesis para recordar: “Fue una época hermosa, me sentía como una de las actrices de ‘Sin senos no hay paraíso’, que estaba de moda para entonces”. Recuerden que esa novela es del año 2006-2007.
Hoy de 36 años, Rocío, que es su verdadero nombre, el cual se cita con su anuencia, admite que es la mujer más infeliz de la tierra. “No te puedo explicar, lo triste y desesperada que estoy. Una por lo mal que he quedado luego de abusar de mi cuerpo, y otra porque todavía siento ganas de volver al quirófano”. Las lágrimas callaron una voz quebrada que no sólo estaba contando una historia, sino que delataba la frustración que hay en esta mujer.
El paño gris con listas azul turquesa que tapaba su cabeza sirvió de pañuelo para limpiar un rostro que ahora vive en el anonimato. Su acento común de una venezolana de pura cepa, le dio paso al silencio que duró alrededor de ocho minutos. Continúa su relato siempre dando la espalda a los reporteros de LISTÍN DIARIO, aunque no a las preguntas que se le hacían. ¿Te arrepientes de haber abusado de tu cuerpo como dices? A esto respondió: “Realmente, de lo que me arrepiento es de no haber parado a tiempo, de no buscar ayuda a tiempo, porque no sabía que ya mi adicción a las cirugías se había convertido en un trastorno psiquiátrico. De eso me arrepiento”. Esto lo cuenta con mucha tristeza.
El diagnóstico
Se llama dismorfofobia, el trastorno con el que fue diagnosticada Rocío, hace alrededor de dos años, mismo tiempo que hace que no entra a un quirófano. Era lógico querer saber algo más sobre esta afección. Se le hizo saber a ella y de inmediato preguntó: “¿Quieres que le tire un wharsApp al doctor?”. La respuesta fue sí. Lo llamó, pero él estaba manejando. En lo que su psiquiatra, que vive ahora en Colombia, devolvía la llamada que prometió, ella seguía contando. “Yo misma me fui envolviendo en esa red, un día me veía la nariz amplia, otro día, la papada, o un chichito… en fin, siempre un defecto y un pretexto para ir a sala de cirugía”.
Pasado unos siete minutos sonó su celular. “Hola, ¿cómo andas?”, saludó ella. “Muy bien, llegando a una junta, y tú Ro, ¿cómo has estado?”… El teléfono estaba en alta voz y se le hizo saber. “Me están haciendo una entrevista y la periodista quiere que le digas algo sobre la dismorfofobia”. “Con gusto. Mira, te cuento, se trata de un trastorno que hace que la persona siempre se vea unos defectos, que no necesariamente existen, o si están y son pequeños, esta persona lo magnifica. Este es el caso de Rocío, yo soy quien le dice Ro. Ella comenzó a operarse, continuó, le gustó y entonces se quedó atrapada en esta condición, producto, podríamos decir, de su adicción a la estética. Se arreglaba una cosa, entonces se veía fea otra y se fue envolviendo hasta que por arreglarse y arreglarse llegó a lo que te cuenta hoy. Ella sabe que pronto esto pasará y estamos trabajando para eso”, concluyó el doctor que solo dio su apellido, y es Navarro.
Gastos y riesgos
Mientras su psiquiatra conversaba, Rocío escuchaba atenta y solo se veía su cabeza, siempre tapada, acertando. En ese momento es que cuenta que espera por sus últimas correcciones. “Todo es difícil, y en lo económico ni hablar. En todos estos procesos debo haber invertido algunos 100 mil dólares, o puede que más”. La joven hace el comentario y agrega: “¡Y tanto que los necesito ahora!”. Se lamenta con melancolía.
Dismorfofobia, se llama el trastorno
Rocío es fuerte, pero cuando habla de su cuerpo, se cae, como ella lo admite. “Te puedo decir que yo siempre he vivido por y para mi cuerpo. Aunque la naturaleza fue buena conmigo, siempre tuve unos cuantos complejitos. Primero mis senos, y como te dije fui agrandándomelos; luego quería más cintura, más caderas, nariz más perfilada, pómulos más sobresalientes, mentón más proporcionado, y así me fui arreglando cada cosita que me veía”. Toma un descanso para proseguir. Le atormenta saber que su rostro está transformado.
En lo que se repone, es importante decirles a los lectores que, en esta entrevista fue necesario durar más de dos horas porque a la dueña de esta historia se le hizo muy difícil contarla. Lean porqué. “Es que no acepto lo que soy ahora, no me acostumbro a verme así. Por eso no puedo evitar llorar”. Ella hace el esfuerzo porque entiende que es su deber llamar la atención de la gente, especialmente de mujeres que no salen de un quirófano sin saber que mientras se “arreglan” los defectos que creen tener, aumentan los efectos del trastorno de dismorfofobia. Recuerden que éste hace que la persona vea siempre imperfecciones en su cuerpo, aunque no existan.
Siempre con su cara y torso tapado, Rocío respondía preguntas y ofrecía datos que aumentaban cada vez más el asombro de los reporteros de este medio. Inclusive, su amiga y una prima que estaban en el lugar, se mostraban sorprendidas de ciertos comentarios. “Pero chama, no sabía eso de que te fuiste a ese sitio a operarte”. Eso le echó en cara una de las jóvenes cuando la entrevistada comentó: “Ya había cirujanos que no querían trabajarme por el riesgo, y me fui donde un ‘mata sano’ como le llaman, y él intentó arreglarme los párpados y los labios, pero los dejó peor”.
Cada detalle ofrecido hacía crecer la curiosidad por ver hasta qué punto su cara está desfigurada. No fue posible saciar la intriga. Solo podía observarse que llevaba un pantalón blanco y unos tenis rosados. De la blusa nunca se supo, ni de cómo llevaba su pelo. Su única intención era ayudar para que su historia sirva de ejemplo a quienes se ponen en manos inexpertas y extreman en la cantidad de cirugía.
Perdió su pareja
Las últimas cirugías a las que se ha sometido, han sido aquí en República Dominicana y le ha ido mejor. “Esa persona me está ayudando y he ido viendo los resultados. Me ha hecho algunas correcciones poco a poco. Me estoy dejando llevar. Tengo pautados otros procesos de corrección para ver qué consigo, pero no ha sido fácil. He sufrido mucho. Por esta adicción a la belleza, perdí mi novio, un hombre bueno que no quería que yo continuara con esto, pues…”. Llora y en medio del llanto deja saber que no le hizo caso y hoy también sufre por eso.
Deja el tema de su relación. Al parecer le afecta mucho. Sigue contando que, cuando vino al país, hace un tiempo, fue precisamente para visitar cirujanos locales de los que le habían hablado muy bien. “Claro, tengo que decir que nunca he culpado a los médicos por lo que me pasa. He sido yo la insaciable, la terca, la enferma, porque eso soy, una persona enferma”. No hay que decirles cómo terminó esta cita.
En lo que se calma, le da permiso a la amiga para que explique qué tan grave es su situación. “Bueno, qué te digo, aunque no la veas, debes imaginarte cómo es. Pero bien, ella tiene los párpados muy extendidos, la nariz totalmente deformada, los pómulos muy exagerados, y los labios que ni hablar. El cuello también se ve afectado, y algunas partes del cuerpo, como los glúteos, están un poco fuera de forma”. A ella también se le ve afectada.
“La chama sigue con vida porque su psiquiatra la ha ayudado bastante a entender que, la dismorfofobia es un trastorno al que se le presta atención. Él continúa pendiente de ella de manera virtual, y nosotras aquí le damos soporte”. Sus familiares viven, una parte en Venezuela, otra en Estados Unidos y unos pocos aquí.
Un poco repuesta, Rocío, después de todos los descansos tomados para continuar con la entrevista, decide concluir con un mensaje: “A ti mujer, y a ti hombre, porque hay muchos que también son adictos a las cirugía, hoy te digo que recapacites, que pares, que sí es cierto que podemos mejorar con las cirugías diversas partes de nuestro cuerpo, pero debemos detenernos a pensar que la belleza interna también cuenta, que la paz interior es lo más importante. Si decides ir al quirófano, ve con un buen cirujano, y déjate llevar de sus consejos, y siempre, pero siempre, busca ayuda de un psicólogo o psiquiatra si ves que te estás creando adicción de las cirugía estética”. Termina satisfecha de su contribución.