César Miguel Reyes Genao: de buscar comida en zafacones a escritor de su propia historia

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Él es valiente y lo demuestra al contar su historia. César Miguel Reyes Genao se desempeña en un puesto importante en el área financiera de una empresa privada, pero detrás, carga con el peso de haber vivido una infancia y una adolescencia en las calles. En ellas era que “curcuteaba” zafacones para ver qué encontraba de comer cuando el trabajo de limpiabotas no le daba para alimentarse.

La palabra niñez tiene una connotación tan grande para él como lo que ella significa. “No sé porque cuando alguien me habla de este tema, siento un miedo que me estremece, como si la pregunta anunciará que todo lo que me provoca vergüenza, saldrá a la luz”. Es evidente que esto lo aturde, pero decidió “vestirse” de valor y contar a LISTÍN DIARIO ese pasado que se le atraganta al punto de hacerlo sudar.

Es difícil para él revelar las “miserias” que sostienen su éxito. Hubo que hacerle entender que, si para llegar hasta donde hoy se encuentra abandonó los miedos y venció los obstáculos que se le presentaban, por qué temer a contar una historia de superación que de seguro ayudará otros niños y jóvenes a luchar por sus sueños.

Al parecer esto lo empoderó. Fue en ese instante en que dijo: “Sí, es cierto, ojalá algunos de los que compartían calles conmigo, se enteren de que cumplí mi promesa y, que otros que andan haciendo lo que yo hice, se alejen y luchen para llegar a ser alguien en la vida”. Las fuerzas de sus palabras son contundentes.

“Sé que tal vez nunca ellos leerán mi libro, pero creo que si existe uno ahí afuera que vivió esas cosas conmigo en el Malecón, puede que tenga el chance de leer este periódico. A él o a ella, quiero decirle que cumplí mis promesas: escribí un libro en memoria de ustedes, y no salí delincuente (aunque me costó). La última y la más importante promesa que he hecho realidad, es que sigo siendo el mismo limpiabotas, solo que un poco más limpio, y ya no tengo que decirle a los gringos del Ferry ‘Give me one dollar im humgry’ para conseguir dinero”. Al tocar esta parte, César Miguel acepta que se le arruga el corazón.

“¡Qué ilusión saber que los que me enseñaron esa frase puedan leer estas líneas… ¡Me marcaron tanto que aprendí inglés para saber qué significaban! Sigo siendo como decíamos: ‘Un dueño de las calles’, sólo que cambié la limpiabotas por un título universitario”. Aquí hace una pausa porque los recuerdos, aunque duros, se apoderan de su ser y le cuesta decir: “No los he olvidado, el ‘limpiabotas pelucas’, está aquí y tú solo tienes que completar la frase”. Esta era la contraseña que utilizaba el grupo que entre zafacones, y con limpiabotas a cuestas “gastaban” sus pies descalzos por las calientes calles que los llevaba de Gualey al Malecón.

Con el estómago vacío y el corazón lleno de odio

Esa es la imagen que le viene a la mente de César Miguel “como un relámpago que truena sin avisar” cuando alguien le toca su pasado. “Me recuerdo como un niño flaco, sucio, con el estómago vacío, y el corazón lleno de odio, caminando por las calles del Malecón, con una limpiabotas en la mano, y la creencia de que con solo una edad de seis a nueve años ya era un hombre, que por lo tanto tenía que cumplir con dos cosas: los hombres no lloran, y los hombres no piden”. Esto lo aun lo conmueve, tanto lo hace la frase que tanto le repetía su madre “no estoy criando a un pollito, estoy criando a un gallo”.

Otra imagen que retumba en la cabeza de quien en sus batallas encontró títulos para sus dos libros: ‘Historias de un limpiabotas’ y ‘El mendigo que quería ser escritor’, fue cómo cuatro de sus seis hermanos y él dormían en una sola cama. Pero eso no era lo peor. Podían escuchar los ratones dentro del colchón, “y no era sorpresa, pues en la casa que vivíamos (si se puede llamar casa) era un solo cuarto con dos camas, y una sala-cocina, sin pisos, sin baño…”. Es mejor dejarlo hasta aquí, y decir que lo único lindo que él tenía en ese lugar era que podía ver el río desde mi casa. 

“Le prometí a los ‘huele cemento’ que si no salía delincuente, les escribiría un libro, y lo hice”

¿Pasaste mucho trabajo? Esta fue una de las preguntas que se le hizo para seguir explorando de dónde sacó las agallas para cambiar la limpiabotas por un título universitario cuando le repetían tanto que de los barrios como Gualey “no sale nada bueno”.

Su respuesta es sorprendente. En aquel momento no lo veía como pasar trabajo. “Pensaba que era algo normal siempre veía chicos en las calles con diferentes oficios. Era algo común verlos en el Malecón, pidiendo comida, limpiando el piso, recogiendo la basura, ayudando a llevar cargamento, hacían de mensajeros e incluso algunos, vendían cosas. La diferencia es que yo era extremadamente muy niño para hacer esas cosas (comencé a los seis o siete años). Hasta cierto punto, yo veía normal que niños estuvieran haciendo esos trabajos”.

Hoy mira hacia atrás y nota la crueldad que las calles ponían a su disposición. Es difícil no llorar al imaginarse cómo un niño tan pequeño se las jugaba entre la subsistencia y el riesgo de convertirse en un delincuente o hasta perder la vida.

“Recuerdo una vez que unos ‘huele cemento’ o ’huele pega’ como se le decía a una banda que era conocida en el Malecón en los tiempos que yo limpiaba zapatos, me golpearon varias veces y me dejaron tirado en la puerta del Conde solo por quitarme unos pesos”.

Imposible no llorar con esta historia que también incluye abusos como: “No he podido olvidar la vez que un agente de Politour me hizo limpiarle muchísimas botas en un cuartel en la Zona Colonial y luego, como paga lo que me dio fue una ‘pescozada’, eso o lo olvido”. Lo dice sabiendo que hay muchos niños en las calles que están pasando lo mismo que él.

¿Qué te ha hecho llorar?

“Ver a mi mamá trabajar tanto, y que a veces no tenía ni para pagar la casa. Verla llorar me llenaba de impotencia, pero nunca lloré delante de ella”. Es cierto que por ella tener que salir a la calle a buscar el sustento, él quedaba desprotegido y realizando un trabajo no apto para un niño de seis años. Sin embargo, el ejemplo que veía en ella era que había que trabajar.

Hoy su madre se siente orgullosa de que crió un gallo, no un pollito, como ella decía. “Veo en sus ojos cuando habla de mí a las vecinas y les dice: ‘Ese, ese lo críe yo sola’, ‘Mi hijo habla inglés’, ‘ese es mi licenciado’, ‘mi hijo trabaja para unos australianos’, en fin a este punto ya el lector sabe cómo es mi madre”. Él también recuerda con admiración el esfuerzo que ella hizo por sus seis hijos, pero no deja de tener claro que en su infancia vivió una vida que no es digna de un niño. La madre tenía dos trabajos, uno de 8:00 a 4:00, y otro alas 6:00 hasta una hora que él no recuerda. “Pero llegaba cuando terminaba una novela llamada ‘Chica da Silva’. Entonces se puede decir que me críe con mis hermanos”.

Otra cosa que le hacía llorar era los huele cemento. “Luego de que me dieran varias golpizas nos hicimos amigos. Lloraba porque a pesar de que yo paraba en la calle, yo tenía un hogar, ellos no”. Todavía esto lo conmueve. Mientras más le hablaban de por qué se fueron a las calles, más tristeza le causaban a César Miguel. “Ellos me marcaron tanto que mi primer libro no lo quería escribir, porque no soy tan buen escritor, pero le había hecho la promesa de que si no salía delincuente escribiría un libro y hablaría de lo que ellos pasan”. Así lo hizo. ‘Historias de un limpiabotas’, más que un libro es el pago a una deuda con ellos. “Es tonto porque sé que quizás ellos nunca lo lean”. Se lamenta el joven hoy de 34 años.

También lloró el día que su papa se fue de la casa. “Sus palabras fueron: ‘Lo entenderás cuando crezcas’. Sólo tenía de cinco a siete años, pero después de adulto comencé a buscarle y a veces quisiera decirle que nunca lo entendí. Tal vez hoy ustedes puedan ayudarme a entender ¿a qué edad se entiende por quéun papá se va de la casa?”. Esto duele.

Mensaje

“Es tiempo de dejar de pensar que es “Bacano” dejar de estudiar para estar en una esquina, tener sexo temprano para que vean que perteneces al círculo, es tiempo de dejar de gastar todo lo que conseguimos en bebidas alcohólicas, es tiempo de que los barrios despierten y los responsables de eso somos los jóvenes”.

 Así concluye César Miguel, quien hoy, no solo es un profesional, escritor y ‘exdueño’ de la calle, sino también, el padre de dos hijos, y un esposo entregado a su familia que encontró en su vida a un ángel que le ayudó a enderezar su camino para que ahora pueda caminar por el sendero del éxito.

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