Por primera vez en años, la reducción de la jornada laboral vuelve a estar en el centro del debate político y empresarial. Trabajar menos horas por el mismo salario parece que se ha convertido en una necesidad para ciertos trabajadores, en una sociedad que busca un mejor equilibrio entre vida y trabajo. Pero hay una pregunta clave que no siempre se formula con claridad: ¿cómo garantizan las empresas que el trabajo se siga haciendo con menos horas disponibles?
La ecuación parece sencilla: reducir la jornada implica contar con menos horas disponibles para sacar adelante las mismas tareas. Para compensarlo, las empresas tendrían que contratar más personal, algo inviable en la mayoría de casos, especialmente en las pequeñas y medianas empresas. La alternativa, mejorar la productividad del equipo actual. Pero la productividad no sube por arte de magia ni por decreto. Necesita herramientas, procesos y tecnología.
Ahí es donde la inteligencia artificial puede marcar la diferencia.
De la eficiencia al empoderamiento
Durante años, las organizaciones han intentado mejorar la productividad con metodologías de trabajo, reorganización de tareas o cultura corporativa. Todas estas iniciativas son valiosas, pero tienen un techo.
En cambio, la IA tiene el potencial de ayudar exponencialmente las capacidades de los trabajadores, automatizando tareas repetitivas y liberando tiempo para aquellas de mayor valor.
Imaginemos un día laboral cualquiera: responder correos, buscar información, generar documentos, revisar datos, completar formularios y archivar documentos. La mayoría de estas tareas no requieren creatividad ni pensamiento estratégico. Son necesarias, sí, pero repetitivas. En conjunto, consumen una buena parte de nuestra jornada. Y son precisamente ese tipo de tareas las que la inteligencia artificial ya puede ejecutar de forma total o parcialmente automática, rápida y precisa.
No hablamos de sustituir personas, sino de aumentar sus capacidades y con las herramientas adecuadas, un empleado puede hacer lo mismo en menos tiempo o, mejor aún, hacer más con el mismo esfuerzo. Así, una jornada de seis horas no tendría por qué significar una caída en resultados si esas horas se usan de forma más eficiente.
Productividad es sinónimo de hacer más en menos tiempo
Este cambio de paradigma obliga a replantear cómo medimos la productividad. Ya no se trata de cuántas horas pasas en tu puesto, sino de qué consigues hacer en ese tiempo.
Por ejemplo, en recursos humanos, ya se automatizan procesos de selección, revisión de currículums y gestión de nóminas, en banca o seguros, la inteligencia artificial extrae y clasifica datos de documentos legales o financieros en segundos y en departamentos legales, se analizan contratos o sentencias con asistentes de IA que reducen a minutos lo que antes tomaba horas.
La tecnología ya está disponible y ahora la pregunta es: ¿estamos listos para adoptarla como parte estructural del trabajo diario? El verdadero reto es aprender a gestionar el cambio, formar a los equipos e instaurar una cultura que fomente la innovación y el uso de nuevas herramientas.
Menos horas sin menos resultados
Reducir la jornada laboral sin hablar de tecnología es como querer correr un maratón sin zapatillas. Si queremos avanzar hacia un modelo más humano y equilibrado, tenemos que darle a los trabajadores las herramientas que les permitan ser más eficaces, no más estresados.
La inteligencia artificial no es solo una promesa de futuro: es la clave para que el trabajo del presente se adapte a las demandas del mañana. Adoptarla de forma ética, inclusiva y con formación adecuada es una responsabilidad colectiva.
Menos horas de trabajo no tienen por qué significar menos productividad, pero eso solo será posible si entendemos que la inteligencia artificial no es un enemigo del empleo, sino un motor de transformación que puede ayudarnos a vivir mejor.