El sábado 23 de agosto de 2025 se apagó la vida de uno de los actores más respetados y queridos del arte dominicano: Miguel Ángel Martínez.
Su muerte, confirmada por su amigo cercano, el cineasta Ángel Muñiz, deja un profundo vacío en el teatro, el cine y la televisión nacional, donde dejó una huella imborrable durante más de cinco décadas de trayectoria.
Hasta el momento se desconoce la causa de su deceso; las autoridades acudieron a su residencia para iniciar las investigaciones.
Nacido en la provincia Sánchez Ramírez, Miguel Ángel Martínez dejó su tierra natal para estudiar psicología en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
Sin embargo, solo cursó un semestre. Pronto, descubrió que su verdadero destino estaba sobre las tablas, en los sets de filmación y en las aulas donde se forman los nuevos artistas. Ingresó a Bellas Artes, y desde entonces no se detuvo.
Desde 1972, Martínez desarrolló una carrera artística extensa y multifacética. Conocido por su versatilidad y compromiso con cada papel que interpretó, participó en destacadas producciones cinematográficas como El ladrón en la casa, Trópico de sangre, La lucha de Ana, El hilo, Camino Real, La fiesta del chivo, La ciudad perdida, entre muchas otras.
Su primer gran salto al cine se dio con títulos como La cueva del tiburón durmiente (1977), Crimen del Penalista (1977) y Perro de Alambre (1978), con los que comenzó a consolidar su presencia en la pantalla grande.
En el teatro, su legado es igualmente importante. Participó en clásicos universales y piezas del repertorio nacional, como Antígona (1976), Fuenteovejuna (1983), Bodas de sangre (1987), La cocina (1986), Pasaje al más allá (1998) y Duarte, fundador de una República (1976).
Además de actor, Miguel Ángel fue educador. Dedicó gran parte de su vida a la formación de nuevos talentos, convencido de que su legado debía trascender más allá de sus propios logros. Junto a María Herrera, impartía clases de actuación a jóvenes interesados en incursionar en el cine dominicano.
- Hasta el momento de su muerte, se desempeñaba como director técnico de la sala Máximo Avilés Blonda del Palacio de Bellas Artes, un rol que complementaba con su vocación formadora.
- Durante una visita reciente a medios de comunicación, Martínez compartió su satisfacción por lo vivido. “Me siento feliz y muy satisfecho porque he logrado todo lo que quería y recibo el respeto más importante: el de todas las personas”, expresó.
Un legado que trasciende generaciones
Miguel Ángel Martínez no solo era reconocido por su trabajo artístico, sino por el cariño que cosechó en la industria.
Su colega y amigo Ángel Muñiz, con quien compartió múltiples proyectos cinematográficos, lamentó profundamente su fallecimiento: “Es una lamentable pérdida. Miguel Ángel era más que un amigo. Era un profesional excepcional y un ser humano íntegro”.
En su vida personal, Martínez también encontraba motivos para celebrar. Su nieta de 7 años era una de sus mayores admiradoras. “Cada vez que hablamos me dice: ‘Papá, te vi en la televisión’. Eso me pone muy feliz y satisfecho”, había contado recientemente.
Miguel Ángel Martínez deja una obra extensa, una vida entregada al arte y un legado difícil de igualar. Su imagen permanecerá en cada escenario que pisó, en cada alumno que formó, en cada espectador que lo vio actuar y en el corazón de una industria que aún necesita referentes como él.
Miguel Ángel no fue solo un actor: fue una escuela viva del teatro y cine dominicano, y su historia, como la de los grandes, seguirá escribiéndose incluso después de su partida.