Pieter van der Griend

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Hacía ya 4 meses que había emigrado a Canadá, era una fría noche de enero del año 2014 en Toronto, mientras buscaba empleo escudriñando en los avisos, observé que iban a abrir un nuevo dealer de vehículos Chrysler en Stouffville, un pueblito que quedaba a unos 25 minutos de donde yo vivía en Scarborough.

Comencé a investigar cuánto podría ganar vendiendo vehículos, y me di cuenta de que realmente no había límite y que todo dependía de tu esfuerzo.

Cansado de aplicar a trabajos y no obtener respuesta, llené el cuestionario correspondiente y me dispuse a dormir. Era ya medianoche, y antes de apagar la computadora ¡zas!, tenía respuesta a la solicitud: “Hola Elias, mañana le pediré a mi gerente de ventas, Nick Pastore (que por cierto mientras escribo estas líneas esta de cumpleaños hoy), que te contacte”. Y así fue.

A la mañana siguiente, Nick me contactó, nos citamos en un dealer ya establecido del mismo grupo empresarial y ahí se inició mi amistad con el apreciado Nick Amadeo, un gordito italiano genial que me contrató “on the spot”.

Días después me presentó al Gerente General, holandés, un verdadero gentleman. Hablamos fluidamente y luego de confirmar mi contratación, tuve el atrevimiento de preguntarle porqué había respondido tan rápido mi solicitud de empleo, y me contestó: “porque vi que eres abogado, pero te gustan los vehículos, igual que yo”, una carcajada después me enseñó mi escritorio y así inició mi labor.

Permanecí con ellos apenas 3 meses, las reglas migratorias en Canadá habían cambiado y permanecer viviendo en la provincia de Ontario ya no era óptimo para obtener la residencia.

Unos días antes de partir, el gerente general bajó de su oficina hasta mi escritorio, se sentó frente a mí y me dijo: “me informan que te vas, ¿que necesitas para no irte? Le expliqué que en lo adelante solo le iban a otorgar la residencia canadiense a aquellos empleados que fueran gerentes, “no hay problema, te hacemos gerente” respondió, y no sin emocionarme, le contesté: “el problema es que solo habrá 5000 cupos y somos decenas de miles de migrantes”. Me miró, y con un tono derrotado murmuró: “entiendo”, hizo una pausa y agregó “si algún día vuelves, aquí tienes trabajo”.

Días después me despedí de él, quedamos en contacto vía redes sociales y luego pues los algoritmos nos distanciaron. Yo me mudé a Manitoba, más tarde pasé al sector público en RD, y así la distancia hizo su trabajo hasta hoy, donde recordando lo generoso, solidario y educado que fue conmigo, busqué su perfil en LinkedIn.

Les invitamos a leer: ¿Tú comes con los ojos?

Murió el 20 de agosto de 2023 en un accidente de motocicleta, nunca lo supe.

Fue hace 3 años, pero yo lo supe hoy y por eso lloré.

Estas líneas son un homenaje a su hombría de bien, su decencia y empatía, gracias por ser uno de mis ángeles, de esos que solo los que inmigramos entendemos porque llamarlos así.

Hasta el último día de mi vida estaré agradecido, Pieter van der Griend.

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