La estadounidense Sydney McLaughlin-Levrone, que deslumbró este jueves en el Mundial de Tokio al colgarse la medalla de oro mundial de 400 metros con la segunda mejor marca de la historia (47.78), tuvo que batallar en el pasado contra sus crisis de ansiedad y una depresión.
El año pasado, unos meses antes de ser una de las estrellas de los Juegos Olímpicos de París al batir el récord del mundo de 400 metros vallas (50.37) en su camino al oro olímpico, había publicado su historia en una autobiografía, «Far Beyond Gold», en la que recogía cómo su fe cristiana le había ayudado a canalizar toda la presión generada desde adolescente por el deporte, los cronos y las competiciones.
«Con ese libro quería ser sincera, creo que la gente se identifica con la vulnerabilidad y con la autenticidad. Quería escribir ese libro por las más jóvenes, para que tengan un referente con el que poder conectarse si viven problemas así», explicó entonces en la promoción de su libro.
«Todos estamos luchando. Todos tenemos problemas y batallas que enfrentar. Como niña o como mujer joven, todavía hay cuestiones que superar», señaló.
– El atletismo en los genes –
Sus batallas comenzaron desde muy joven al haber nacido en una familia volcado en el atletismo.
Sus padres, Willie y Mary, fueron atletas e inculcaron la pasión por la pista a la propia Sydney, así como a sus tres hermanos y a su hermana.
«Todos nuestros hijos tenían mucho talento, pero Sydney era más especial que el resto. Lo vimos pronto. Era una simple cuestión de tiempo», contó el propio Willie sobre cómo vivieron aquellos inicios.
Pero para Sydney, la presión era fuerte.
Con 17 años fue la más joven desde 1972 en ser seleccionada en atletismo dentro del ultracompetitivo ‘Team USA’ para unos Juegos Olímpicos, los de Rio 2016, donde estuvo a punto de no poder competir.
Tuvo una crisis de ansiedad antes del debut en las series de primera ronda y solo una llamada telefónica con su padre la calmó.
Salió a la pista y se clasificó a semifinales, una ronda que luego no pudo superar.
– De costa a costa –
A la presión deportiva se sumaba una ruptura con un novio de la ‘high school’ y recelos que su fama sobrevenida producía entre compañeros de clase.
«Sé que no soy la única con problemas de ansiedad. Es algo muy común por lo que pasa tanta gente», explicó la atleta, que admitió también que en el pasado se le diagnosticó una depresión.
Tras ejercitarse en la Universidad de Kentucky con Edrick Floreal, pasó a Los Ángeles para entrenar con Joanna Hayes y el primer fruto importante de ese cambio fue su primera medalla mundial fue Doha 2019, cuando fue plata por detrás de su compatriota Dalila Muhammad, además de oro con el relevo 4×400 metros.
- Meses después y para perfeccionar la técnica cambió a Hayes por Bob Kersee, con el que se prepara desde entonces en las pistas de la Universidad de California.
Durante la pandemia del covid-19, recuerda que pasaba mucho tiempo leyendo la Biblia en la cama y cree que aquello supuso un antes y un después para lograr la fortaleza que ahora le ha convertido en una titana de la pista.
– Coleccionista de títulos –
Su esposo desde 2022, el jugador de football americano André Levrone, es también un ferviente cristiano.
Tanto en los Juegos Olímpicos de Tokio en 2021 como en los de París en 2024, además de en el Mundial de Eugene 2022, McLaughlin-Levrone deslumbró con dobletes de oros (400 m vallas y relevo 4×400 metros).
Al Mundial de Budapest 2023 no pudo acudir por una lesión, pero en Tokio se propuso cumplir el reto de entonces: ser también la más rápida en los 400 metros, algo que ahora consigue de la manera más brillante, destronando a la dominicana Marileidy Paulino e iniciando ahí también una nueva era para una atleta ya muy alejada de la adolescente que temblaba en Rio 2016 porque le daba miedo no estar a la altura.