Este artículo fue publicado originalmente en El Día.
Por Danilo Minaya
Nueva vez, el litoral costero de la isla se ve cubierto por grandes masas de sargazo, género de macroalgas planctónicas marina que, junto al plástico y los desechos que irresponsablemente arrojamos en ríos y playas, se han convertido en una de las imágenes más preocupantes de nuestro paisaje natural.
En recientes visitas a Playa Caribe, Boca Chica y Juan Dolio, la escena se repite: el azul intenso del mar se entremezcla con el marrón ocre del sargazo, mientras plásticos de todo tipo flotan a la deriva, desprendiendo un mal olor que agrede al visitante y degrada la experiencia turística.
La industria sin chimenea, que celebramos como motor económico del país, enfrenta una contradicción profunda; por un lado, se invierte en promocionar destinos como Punta Cana, por otro, se descuidan recursos naturales valiosísimos y se invisibilizan otros atractivos que también conforman el patrimonio ambiental y turístico de la nación.
El problema no es únicamente estético o turístico. Se trata de un impacto directo sobre la biodiversidad y los ecosistemas costeros, que ven deteriorada su capacidad de regeneración. El plástico, persistente y dañino, interrumpe los ciclos vitales de peces, aves y tortugas marinas.
El sargazo, si bien es un fenómeno natural, al acumularse sin manejo adecuado asfixia la vida costera, deteriora la arena y expulsa a las comunidades locales de sus playas.
Ante esta realidad, urge superar la pasividad y la falta de visión. El sargazo no debe ser visto solo como un problema: puede convertirse en una solución. Diversos países ya exploran su uso como biomasa, fertilizante, fuente de energía renovable o materia prima para la industria.
Incluir este recurso en la ruta del metabolismo urbano y de la economía circular significaría no solo recuperar playas y atraer turistas, sino también abrir un espacio para la innovación, la generación de empleos verdes y el fortalecimiento de las economías locales.
La paradoja es clara, mientras se invierten millones en limpiar playas cada temporada, se deja pasar la oportunidad de transformar el sargazo en riqueza. En lugar de enterrar el problema, deberíamos integrarlo a un modelo de desarrollo sostenible que valore los recursos, respete los ecosistemas y ponga en el centro la vida y el bienestar colectivo.
La isla necesita un cambio de rumbo. No basta con campañas de promoción turística o limpiezas simbólicas. Hace falta una estrategia nacional de manejo de costas que combine ciencia, innovación, participación comunitaria y políticas públicas responsables. Solo así podremos pasar de la queja a la acción, de la contaminación a la circularidad, y de la amenaza a la oportunidad.
La publicación Metabolismo urbano, economía circular, sargazo y plásticos: un llamado urgente a repensar nuestras costas. apareció primero en El Día.