Este artículo fue publicado originalmente en El Día.
SANTO DOMINGO.– Basta que se pronuncie la palabra tormenta para que el dominicano active su instinto ancestral de supervivencia. Y no hablamos de linternas, botiquines, ni velas. Lo primero que se agota son tres productos que resumen nuestra filosofía ante cualquier amenaza climática: pan, chocolate y papel de baño.
Como era de esperarse, bastó que se anunciaran las suspensiones de labores en las instituciones públicas y privadas para que los supermercados del Gran Santo Domingo se desbordaran. Desde las siete de la noche del martes, los parqueos estaban llenos, los carritos escaseaban y las filas parecían interminables.

Durante un recorrido por varios establecimientos se pudo constatar el patrón que nunca falla: los estantes del pan vacíos, el chocolate vendiéndose como si fuera medicina del alma y el papel sanitario desapareciendo por paquetes. Tres artículos que, más que simples compras, parecen parte de un ritual de supervivencia tropical.

“Yo no sé qué pasa, pero cuando anuncian tormenta, el pan se vuelve oro. Uno compra aunque tenga pan en la casa, por si acaso”, decía entre risas una señora con su funda bien amarrada. Otro cliente, con varias cajas de chocolate en la mano, resumió la escena con humor: “Chocolate pal’ frio, pan pa’ acompañarlo y papel… bueno, pa’ cualquier eventualidad”.
A pesar del corre-corre y las largas filas, el ambiente era sorprendentemente alegre. En lugar de quejas, se escuchaban bromas, comparaciones de precios y planes improvisados para el encierro. Algunos hablaban de maratones de series; otros decían que aprovecharían para dormir sin culpa o “desconectarse del mundo”.
El pan, el papel y el chocolate se convierten, entonces, en símbolos de algo más que consumo: son parte de una coreografía nacional ante la incertidumbre. Cada temporada ciclónica reactiva ese reflejo colectivo de humor, ingenio y solidaridad que define al dominicano. Entre risas, también se asoma la resignación de un pueblo que ha aprendido a convivir con el caos.
Y aunque el ron ha perdido su puesto en la trilogía principal, no ha desaparecido del todo: se asomaba discretamente en algunos carritos, como un acompañante fiel para los que prefieren endulzar el encierro con un toque “espirituoso”. Porque, al fin y al cabo, cada quien enfrenta la tormenta como puede… o como le gusta.
Pero no todo es chanza. En cada vaguada hay otra historia: la de quienes viven en zonas vulnerables, donde la lluvia no es descanso, sino amenaza. Allí, las risas de supermercado se transforman en oraciones y los planes caseros en preparación seria.
Aun así, el dominicano no pierde el ánimo. Llueva, truene o relampaguee, siempre encuentra forma de hacer comunidad, de compartir lo que tiene, de reírse para no llorar. Porque mientras otros países corren a comprar linternas y pilas, aquí nos bastan tres cosas para enfrentar el fin del mundo con dulzura: pan, chocolate y papel de baño. Y cuando pase la tormenta —porque siempre pasa—, volveremos a las calles a contar cómo sobrevivimos otra vaguada más, con la panza llena, el espíritu ligero y el humor intacto.
La publicación Pan, chocolate y papel de baño: la trilogía infalible del dominicano ante la tormenta apareció primero en El Día.