Cuando los vehículos del traslado se detuvieron frente a los portones de Las Parras, muchos de los internos que descendían no sabían con exactitud qué esperar. Venían de La Victoria, un lugar que ellos mismos describen como una sombra permanente, un espacio donde la dignidad “no cabe”, donde dormir en el piso o en los baños es parte de la rutina diaria.
Pero al cruzar el umbral del nuevo centro, algo cambió. Lo narran ellos mismos.
José Miguel Coma Martínez fue uno de los primeros en hablar. Acomodándose el t-shirt azul, describió lo que sintió: “Mis expectativas son muy buenas, del cielo a la tierra. ¿Sabe cuándo a uno le quitan la dignidad y te la devuelven? Es muy bueno.”
Contó que la comida, el trato y el ambiente le parecieron distintos desde el primer día: “Aquí todo es… con respeto a la dignidad humana y hay muy buen trato, no tengo quejas hasta ahora. Pienso que ha sido lo mejor para nosotros los internos.”
La diferencia con La Victoria, insiste, es absoluta: “En La Victoria no hay dignidad humana, aquí hay dignidad.”
José Miguel ya se comunicó con su familia. Los sintió aliviados, incluso felices: “Están todos muy contentos… les expliqué las condiciones que nos encontramos.”
Y aunque reconoce que la prisión está lejos, dice sin dudarlo: “Por la tranquilidad, el buen vivir y uno conservarse como ser humano… vale la pena.”

A pocos metros de José Miguel, se encontraba Fernando López, quien con una sonrisa continúa observando los nuevos pabellones. Lleva siete años y un mes privado de libertad. Aún así, dice que es la primera vez en mucho tiempo que siente un mínimo respiro.
“La diferencia de La Victoria y esta cárcel… es una diferencia del cielo a la tierra, en verdad. Nosotros sentimos que salimos de un fango, de un gran fango.”
Aunque continúa en prisión, lo dice sin pena: “Aunque uno sigue preso, pero se siente un chico más cómodo.”
“Aquí no hay corrupción ni macuteos”
Otro de los internos que llegó en el primer grupo es Franklin Sánchez Valdez, quien también describe el traslado como un giro radical en su vida. Asegura que desde el primer momento recibió buen trato:
“Nos sentimos muy bien con el trato, hemos recibido un trato humanitario, aquí hay mucha disciplina y sobre todo creo que va a ser de gran oportunidad para nosotros.”
Para él, la diferencia con La Victoria es absoluta: “Aquí se rige todo por la disciplina, todo en orden, aquí no hay corrupción, no hay macuteos, no hay nada que perjudique a nosotros los internos. Creo que es un cambio del cielo a la tierra.”
- Este sábado, tras la inauguración de la primera etapa del Centro de Corrección y Rehabilitación Las Parras y durante un recorrido por el lugar, el titular de la Dirección General de Servicios Penitenciarios y Correccionales (Dgspc), Roberto Santana, explicó que el recinto no se maneja dinero en efectivo para evitar tráfico, sino que por medio de un sistema de tickets los privados de libertad podrán realizar sus compras en el economato.
«Esa es una facilidad que nos dan… allá en La Victoria un refresco costaba 35 pesos, aquí cuesta 20. Todos los precios son asequibles porque la mayoría de los que estamos aquí somos personas humildes, pero todos los precios son bajos”, explicó Franklin.
“Los familiares de uno trae una cantidad de dinero, hay una cantidad hasta los 5 mil pesos, entonces uno hace un depósito, uno coge 2 mil pesos, un ejemplo, y lo tiene, y todos los días puede comprar en la cafetería, puede gastar 500, puede gastar 100, puede gastar 50 pesos, lo que desee comprar«, señaló.

Sobre el contacto con su familia, dijo: “Nosotros tenemos flota en nuestro bloque… cada interno habla 5 minutos y se la pasa al otro compañero.”
Santana explicó que, por el momento, cuentan con 15 flotas controladas por el centro para brindar servicio a los internos y permitirles comunicarse con sus familias mientras se instalan las cabinas telefónicas.
«Aquí no habrá celulares privados… no solo para los privados de libertad, para los empleados tampoco», señaló Santana.

Franklin tiene 2 años y 8 meses privado de libertad. Fue condenado a 5 años por violación a la ley de armas y aunque al principio hubo incertidumbre sobre el traslado, todo cambió cuando pudo ver las nuevas condiciones: “En verdad, en La Victoria uno no está seguro… aquí sí, aquí nos sentimos seguros.”
«Nos han tratado muy bien»
Más adelante, estaba ubicado Félix. También fue uno de los trasladados y coincide con los demás. «Nos han tratado muy bien. Mejor que en la cárcel de La Victoria, donde estaba.”
Cuando intenta describir el cambio, le faltan palabras: “Las condiciones… comparado con las de aquí, les queda demasiado chiquito a Las Parras. Porque definitivamente allá las condiciones… hay muchos reos que duermen en el suelo. A veces duermen hasta en los baños.”
En Las Parras, dice, es distinto: “Aquí hemos tenido muchos privilegios. Estamos durmiendo bien, estamos comiendo bien, gracias al señor. Y nos tratan como personas.”
Sus familiares tampoco han puesto objeciones respecto a la distancia: “No hay ninguna queja gracias al señor… hemos hablado con nuestros familiares. Nos han ayudado con esto.”
El equipo que los recibe: salud mental y vigilancia
Además de los internos, en el centro se despliega un equipo de agentes penitenciarios y profesionales. Entre ellos, el licenciado Juan Pablo Mesa Contreras, psicólogo clínico y encargado de salud mental, quien explicó cómo se prepararon para este cambio.
“Mi función aquí es traer un cuerpo de psicólogo con el objetivo de propiciar el equilibrio, la salud mental y un tratamiento oportuno para las personas privadas de libertad en este nuevo cambio de transición.”
Según relató, el proceso tomó tres meses: “Se ha venido trabajando… para preparar todas las áreas y poder brindar el servicio oportuno a esta población que viene de un centro penitenciario donde no recibía esas atenciones.”
Mesa también explicó cómo se organiza el trabajo dentro de los pabellones: “Están distribuidos por distintas jerarquías… que se encargan de brindar el servicio de manera directa, recibir quejas y transmitirlas a las áreas de tratamiento.”
Aunque siguen privados de libertad —y conscientes de que Las Parras no es un lugar de recreo, sino de sanción—, estos hombres hablan de algo que pocas veces se escucha en las cárceles dominicanas: dignidad.En sus palabras hay alivio y felicidad. Muchos todavía miden el cambio comparando lo nuevo con lo que dejaron atrás: colchones inexistentes, hacinamiento, baños convertidos en dormitorios improvisados, violencia, calor insoportable y la sensación permanente de no ser visto como un ser humano.Hoy, en cambio, describen camas limpias, comida mejor servida, instalaciones ordenadas y un trato respetuoso. Para ellos, ese simple hecho lo cambia todo. Quizá por eso, cuando se les pregunta por la diferencia entre La Victoria y Las Parras, todos repiten la misma frase: “Un cambio del cielo a la tierra.”


