Monseñor Francisco Ozoria Acosta, un testimonio de vida

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 La celebración del aniversa­rio de ordena­ción sacerdo­tal y, también episcopal, representa un motivo de júbilo y acción de gracias para la feligresía ca­tólica, pero al mismo tiem­po sugiere la reflexión sobre la belleza y grandeza del in­menso don del sacerdocio, no solo para la Iglesia sino para la humanidad como afirmaba el Papa Emérito Benedicto XVI, en la Carta a los sacerdotes con moti­vo del Año Sacerdotal. En esta dirección se orientan las presentes líneas, pues­to que, la semana pasada, acudimos a la celebración del veinticinco aniversario de ordenación episcopal de Monseñor Francisco Ozo­ria, arzobispo Metropoli­tano de la Arquidiócesis de Santo Domingo, un acon­tecimiento que tuvo como centro la eucaristía, “fuente y culmen de toda la vida cris­tiana”.

Se trata de un testimonio de entrega a la Iglesia y a la sociedad dominicana en sus cuarenta y tres años de vida sacerdotal, marcado por esa consciencia de don, servicio, fidelidad, con olor a ovejas, en el ejercicio de su ministe­rio en su triple dimensión de maestro de la palabra, guía de la comunidad y minis­tro de los sacramentos. De ello podemos dar testimonio quienes hemos tenido la gra­cia de colaborar de cerca con monseñor Ozoria. Desde mi experiencia personal he per­cibido en su persona un co­razón y mentalidad de mi­sionero, siempre abierto a las necesidades de la Iglesia y del mundo.

También merece ser re­saltado el alto grado de sen­sibilidad social del arzobispo Ozoria, pues, nunca ha sido indiferente a las realidades sociales, políticas y económi­cas del país, asumiendo po­siciones coherentes con el Evangelio y la doctrina so­cial de la Iglesia. En ocasio­nes, sus posturas firmes a fa­vor de los más desprotegidos y vulnerables de la sociedad le han acarreado ser incom­prendido. Sin embargo, su convicción nace de su “op­

 ción preferencial por los po­bres” que se corresponde con la práctica evangélica de Je­sús y que constituye un rasgo sustantivo, de la II Conferen­cia Episcopal Latinoameri­cana realizada en Medellín (1968), a su vez, ratifica­do en la IV y V Conferencias Episcopales, Santo Domin­go, (1992), y Aparecida, (2007), respectivamente.

Este compromiso social se manifiesta de diferentes maneras, desde el púlpito al iluminar la realidad desde la Palabra de Dios, llevando es­peranza, moviendo los cora­zones a cumplir los manda­tos de Dios, que nos hacen mejores seres humanos y ciudadanos. También cuan­do se denuncian situaciones que afectan al pueblo; sir­viendo de intermediario en­tre el gobierno y las comuni­dades en las problemáticas que les afectan; gestionan­do obras para las comunida­des. A ello se suma la labor a través de las diferentes pas­torales: social, caritas, salud, educativa, penitenciaria, ni­ñez, adolescencia, juvenil, familia, y de un modo espe­cial pastoral haitiana, entre otras.

Un obispo debe velar por el bien pastoral del territo­rio que le ha sido encomen­dado, y monseñor Ozoria se desvela por ello; así lo ponen de manifiesto las siguientes palabras que expresó duran­te la celebración de su vein­ticinco aniversario: “las dos veces que he sido designa­do al frente de una diócesis lo he aceptado por la convic­ción de que estoy para ser­vir en la misión que me en­comiende la Iglesia, porque Dios no llama a los capacita­dos, sino que capacita a los llamados”.

El arzobispo Ozoria es un nato animador vocacio­nal y un gran promotor del liderazgo y participación protagónica del laicado en la vida de la Iglesia. Su li­derazgo pastoral ha sabido poner en sintonía a la Igle­sia con grandes demandas de actualización, renova­ción y verdadera conver­sión pastoral.

Su magisterio pastoral lo­cal nos edifica con palabras y con obras, al promover la articulación de la Primada de América en 4 grandes vi­carías territoriales para una eficiente gestión pastoral, así mismo la promoción de la si­nodalidad en las decisiones diocesanas, el apremio por la vocación y ministerialidad de la misión de los laicos, la gestión económica, y la pro­moción de instancias de par­ticipación y decisión sinodal como son los distintos conse­jos diocesanos.

Como Iglesia debemos re­saltar este testimonio de vi­da que nos lega monseñor Ozoria, una trayectoria de más de cuarenta años como sacerdote y veinticinco en el grado episcopal, ya que nos encontramos en una rea­lidad actual caracterizada por cambios culturales, una “época de cambios”, don­de el anti-testimonio de al­gunos miembros del clero ha conducido a que se mi­re al sacerdote con sospe­cha. No obstante, su histo­ria vocacional y testimonio sacerdotal desvelan la belle­za y grandeza del inmenso don del sacerdocio de Cris­to —Sumo y Eterno Sacer­dote—, permanente en los cambios del devenir históri­co, en el que participan mu­chos hombres por el sacra­mento del Orden.

Que nuestro Dios, por in­tercesión de la Virgen María, bajo la advocación de Nues­tra Señora de la Altagracia, conserve a Monseñor Ozoria fiel hasta el final.

*Obispo de La Altagracia

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