A las 11:50 de la mañana, coincidiendo con el inicio de una inmisericorde ola de calor en Andalucía, tomamos en la estación de Atocha, en Madrid, el tren AVE (alta velocidad) hacia Sevilla. Son más de dos horas y media de trayecto, con un par de paradas de por medio.
Antes hemos pasado el chequeo de rayos X, igual que en los aviones, pero con la diferencia que cada maleta sube con su dueño a su respectivo coche. Hay espacios asignados con ese fin en el que uno viaja. El tren lleva 18 coches (el AVE consta de 12, lo que implica la unión de dos trenes).
Nos asignaron asientos de espaldas en el número 17. Una mesita nos separa de los asientos siguientes que nos quedan de frente.
En el interior del tren es obligatorio llevar mascarilla. Un par de mujeres se hacen de la vista gorda y no la usan. Permanezco en una duermevela, mientras mi hijo Alexis se distrae con una de las 40 películas que el tren ofrece de manera individual para ver en el celular. Por suerte compramos en Atocha una funda de patatas fritas y chocolaticos para picar en el trayecto, porque el carrito con la venta de comida pasa demasiado tarde por nuestro vagón. Aun así, como me quedé con hambre, cuando llega compro un sándwich. (Hay un coche de alimentos y bebidas, está en el 4, pero queda muy lejos para ir de vagón en vagón con el tren en marcha).
Al arribar a la estación de Santa Justa, en Sevilla, el calor empieza a sentirse. (Un par de días después alcanzaría más de 40 grados centígrados, obligándonos a alterar varios planes). Nos alojamos en el Petit Palace Vargas, un hotel tres estrellas recién abierto. Todo está limpio y nuevo. Además, su personal es muy atento y la ubicación permite el traslado fácil hacia los puntos que nos interesan. (Es mi tercera visita a Sevilla. Para Alexis, la primera).
Desde el ventanal de la habitación vemos, al otro lado de la calle, un hermoso edificio de estilo neomudéjar. Es la antigua terminal de ferrocarriles Plaza de Armas. Abrió sus puertas en 1901.
Las cerró como estación en la década de 1990. ‘Se trata del mejor ejemplo de la arquitectura del hierro y del cristal en Sevilla’, dice Josefina Melgosa en la revista Ingeniería Industrial (de Andalucía Occidental). Ahora es un centro comercial con teatro, cine, cafetería, tiendas pequeñas y una discoteca, Uthopia, que sólo abre varios meses al año.
Paralela al edificio funciona la terminal de autobuses Plaza de Armas. En una de sus aceras hay parada de buses de la ciudad y, aunque sin señalamiento alguno, una parada de los autobuses turísticos que funcionan como hop-on hop-off.
Mercado
Dejamos las maletas sin siquiera desempacarlas y salimos a conocer el entorno. Caminamos hasta doblar a la izquierda en la calle Arjona y proseguimos mirando a cada paso. Nos detenemos al descubrir, hacia nuestra derecha, un edificio de hierro galvanizado del siglo XIX que llama la atención. Es un mercado gourmet: el Mercado Lonja del Barranco, con un ambiente interior donde domina el color blanco.
Entramos a ver si para comer hay algo ligero que nos apetezca. De la experiencia contaré en algún próximo artículo en esta sección del Listín Diario.