Con el 78.58 % de las mesas escrutadas, Honduras encara una de las elecciones más reñidas de su historia reciente. El recuento parcial coloca a Salvador Nasralla, del Partido Liberal, en primer lugar con 40.36 % (1,015,995 votos), seguido muy de cerca por Nasry Asfura, del Partido Nacional, con 39.55 % (995,627 votos). En un distante tercer puesto aparece Rixi Moncada, candidata del oficialista Libre, con 19.02 % (478,805 votos). Una diferencia mínima de votos mantiene al país en un compás de espera que ya acumula tensiones políticas, denuncias cruzadas y presión internacional.
La noche electoral se quebró cuando el Consejo Nacional Electoral suspendió la transmisión digital de resultados alegando fallas técnicas. Esa decisión, tomada en un país con un largo historial de crisis poselectorales, disparó la desconfianza pública y abrió paso a un conteo manual que podría prolongarse días o incluso semanas.
El margen estrecho entre Nasralla y Asfura instaló el temor de que cualquier anuncio final sea impugnado, alimentando el fantasma de tensiones como las de 2017.
Pero esta elección no ocurre en el vacío. Honduras arrastra décadas de desigualdad, violencia y desinstitucionalización. Las denuncias de corrupción estructural, el debilitamiento del sistema judicial y la migración masiva hacia Estados Unidos forman un telón de fondo que vuelve cada elección un acto de supervivencia nacional.
A ello se suma el narcotráfico, que históricamente permeó estructuras políticas, y el desencanto ciudadano con gobiernos que no han logrado revertir la pobreza crónica.
El clima se enrareció aún más por la política internacional. En pleno conteo, el presidente estadounidense Donald Trump indultó al exmandatario hondureño Juan Orlando Hernández, condenado por narcotráfico en EE. UU. El gesto, combinado con el respaldo público que Trump ha expresado hacia Asfura, fue interpretado por sectores hondureños como una injerencia directa en el proceso.
Observadores y organizaciones de derechos humanos alertaron que la liberación de Hernández —una figura marcada por escándalos y acusaciones de autoritarismo— podría tensar aún más la legitimidad del resultado final.
Calles llena de incertidumbre
Mientras tanto, en las calles, reina la incertidumbre. Honduras ya vivió estallidos previos tras elecciones disputadas, y la mínima diferencia entre los dos principales candidatos abre la puerta a impugnaciones, marchas y acusaciones de fraude.
La ciudadanía observa un país partido en dos: una oposición fragmentada, un oficialismo debilitado y un Congreso recién elegido que podría girar hacia la derecha, complicando cualquier intento de reforma estructural.
El resultado final —aún pendiente— definirá más que un cambio de mando. Podría marcar si Honduras entra en un ciclo de estabilización o si, por el contrario, profundiza la espiral de desconfianza institucional, migración y violencia que ha caracterizado los últimos años.


