El repentino entusiasmo por una sociedad sin efectivo ni cartera física: la meta del geek y el acomodado, un drama para el pobre

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Desde hace una década más o menos comenzó una cierta tendencia entre algunos sectores de la población: una mezcla entre la presunción y la apología de que pagar todo con tarjeta es la mejor idea, lo más cómodo y lo más práctico, y algo que debería ser posible en cualquier lado, pasando a ser el enemigo los negocios que no contaban con un datáfono o los que sí lo tenían, pero exigían un pago mínimo para poder usarlo.

En esa misma época comenzó un auge de la tecnología de consumo, protagonizado por el smartphone como compañero vital ubicuo, que le hizo ganar capacidades, empezando por la posibilidad de pagar con él. Desterrar el efectivo ya no era suficiente, ahora también había que presionar a la banca comercial para que implementase los pagos móviles. No era una cuestión menor: quienes se quedaran atrás podían enfrentarse a una pérdida de clientes como la que veían las operadoras que no «regalaban» terminales en los primeros 2000s o que no ofrecían el iPhone en su catálogo.

El parné

Con el móvil ya habiendo desplazado a las tarjetas de débito, la cartera empezó a demonizarse todavía más a los ojos de los entusiastas de la tecnología, o al menos de algunos de ellos, sobre todo los que no priorizaban la privacidad de sus pagos de cara a su banco y a Hacienda. Y empezamos a pensar en un futuro sin tener que coger la cartera al salir de casa. La llegada del carné de conducir vía app, completamente válido ante las autoridades, en 2020 fue gasolina para este pensamiento.

Y así, empezamos a mirar a China como ese futuro lejano en el que hasta las tarjetas ya quedaban obsoletas en favor de un móvil y unos QRs protagonistas… y a Suecia como un futuro más cercano, como el espejo europeo en el que mirarse de cara a suprimir el dinero en efectivo.

Spoiler: sale mal.

Pese al entusiasmo de una parte de la sociedad y cierta admiración desde otros países, regados con un gobierno que iba tomando medidas en esa dirección, 2021 llegó con pasos hacia atrás para reincorporar el efectivo a la vida civil sueca y a volver a darle la relevancia perdida. Hubo varias causas, siendo las principales:

Con un volumen de efectivo inferior al 10% deja de ser eficiente dedicar la infraestructura física que garantiza su distribución
La incógnita que supondría un escenario en el que los sistemas de pagos electrónicos cayesen y apenas hubiese dinero en metálico como plan B
El papel del Estado sueco como garante soberano se desvanece sin dinero en efectivo, ganándolo los bancos comerciales

Y hubo más, que de paso son avisos para navegantes a quienes se les ocurra perseguir el mismo sueño cashless. Empezando por la exclusión social que supone digitalizar la economía sin que existan planes B, C y D para quien no está integrado en ella.

El ejemplo rápido es el de personas sin hogar, que viven de la caridad y a quienes no resulta tan instintivo ni simple enviar un Bizum (o un Swish, en Suecia) como darles unas monedas. Pero hay más: la tercera edad, que lleva 60, 70 u 80 años viviendo en un mundo sin ningún problema con el dinero en metálico, de pronto tiene que acostumbrarse a un escenario totalmente inhóspito que se convierte en una barrera de acceso.

Migrantes, personas que viven en zonas donde una buena parte de la economía está sumergida a la fuerza y no depende solo de su buena o mala voluntad ganarse la vida con dinero declarado…

Y lo que no es el parné

Más allá del dinero, la ambición por vivir con toda la cartera dentro del móvil (ya falta poco: el DNI 4.0 llegará a él en unos meses; y el resto dependerá de instituciones concretas), incluyendo tanto el dinero como la documentación, tiene otras ventajas… y otros riesgos. Por citar algunos:

Comodidad

Pérdida de privacidad en los pagos

Solo reponemos un producto en caso de robo

Problema en caso de quedarnos sin batería

Menos espacio requerido

Sin poder hacer pagos en caso de caída de sistemas de pago electrónico

Menos probabilidad de pérdida

Mientras el móvil sea complementario a los soportes físicos para documentación y tarjetas de todo tipo, no debería haber un gran conflicto, cada uno cargará con las consecuencias de sus decisiones y el universo seguirá viviendo en armonía.

El conflicto puede llegar cuando cada vez más instituciones, con o sin los bancos entre ellos, empiecen a prescindir de alternativas y a centrarse en soportes digitales. Ese escenario solo evitará el conflicto si tiene definidas alternativas para quien, por el motivo que sea, se queda fuera.

TL;DR: nuestra comodidad no tiene por qué ser la de todos los demás.


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El repentino entusiasmo por una sociedad sin efectivo ni cartera física: la meta del geek y el acomodado, un drama para el pobre

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Xataka

por
Javier Lacort

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