Cómo el diente de una niña de hace más de 130.000 años ha rellenado uno de los huecos más grandes del genoma humano

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Es lo que tiene la paleoantropología. Un fragmento hueso, tan diminuto que pasaría inadvertido para el común de los mortales, puede arrojar claves sobre la humanidad, ayudarnos a conocer mejor nuestros orígenes y resolver incógnitas que llevan décadas quitando el sueño a los expertos.

Acaba de ocurrir con un fragmento de diente, una pieza descascarillada y oscurecida por la humedad que quizás nos ayude a comprender mejor a los denisovanos, un misterioso grupo de homínidos del que todavía no sabemos gran cosa y que —por lo que indican los estudios del genoma— se cruzó con nuestros ancestros hace apenas 30.000 años. Puede incluso que menos.

El diente en cuestión se ha encontrado en Tam Hgu Hao 2, una cueva de piedra caliza situada en el noroeste de Laos. Después de desenterrarlo y estudiarlo, los investigadores llegaron a la conclusión de que se trata del molar de una niña de 3,5 a 8,5 años que disfrutó de su breve existencia hace entre 164.000 y 131.000 años. Hasta ahí todo bien. En orden. Un hallazgo interesante, pero no lo suficiente para quitarle el sueño a ningún apasionado de los fósiles y la genealogía.

Una pieza más del «puzle denisovano»

Lo que hace especial al diente de la cueva de Lagos no es tanto en su antigüedad como sus características. No se parece a los molares de otros Homo sapiens antiguos. Ni al de los Homo erectus. La pieza es corta, rugosa y con un esmalte peculiar. A lo que sí se parece es a otro molar descubierto en el Tíbet, uno que formaba parte del maxilar de… —¡Sorpesa!— un denisovano.

El dato dio al descubrimiento una nueva dimensión. Primero, porque no conservamos demasiados fósiles de este misterioso grupo de homínidos, identificado en 2010. Segundo, y eso es lo realmente importante, porque de los pocos vestigios que tenemos ninguno procede del sudeste asiático.

Hasta ahora los situábamos en Siberia y el Himalaya y los estudios del genoma han concluido que nuestros antepasados se cruzaron con los denisovanos hace 30.000 años. En Papúa Nueva Guinea, Australia y Filipinas hay de hecho poblaciones indígenas que comparten el 5% de su ADN con los denisovanos, un porcentaje que desciende entre comunidades situadas en el sudeste asiático.

El problema es que entre todos esos retales, entre esos datos sueltos, había algunos vacíos que los científicos no eran capaces de llenar. En el complejo “puzle denisovano” teníamos fósiles en el norte, pistas de su presencia más al sur y un enorme hueco repleto de incógnitas en el centro.

Hasta ahora.

Quizás.

Si se confirma que el diente de Laos pertenecía a una joven denisovana dispondremos al fin de una evidencia palpable de la presencia de estos homínidos en el sudeste asiático. Como explica al New York Times la coautora del estudio Laura Sheckelford: “Sabíamos que los denisovanos deberían estar aquí. Es bueno tener alguna evidencia tangible de su existencia en esta área”. Sus conclusiones las han publicado de forma pormenorizada en Nature Communications.

El dato no solo ampliaría nuestro conocimiento sobre la dispersión de estos homínidos; nos aportaría también algunas claves valiosas sobre su capacidad para adaptarse a climas tropicales y fríos, su ingenio para amoldarse a las regiones gélidas y a gran altitud de las montañas de Altai, en Siberia, y a las más cálidas y bajas, como la península de Indochina. “En este sentido eran como nosotros, los humanos modernos”, comenta a The Washington Post el paleoantropólogo Fabrice Demeter.

No son afirmaciones menores y quizás la mejor prueba es que el molar de Laos ha encendido el debate académico. Hay quien cree que es clave. Y quien lo mira con escepticismo.

Algunos expertos han recibido el anuncio con cautela y señalan que los autores de la investigación hacen demasiadas “suposiciones”. Que todavía no se haya podido someter el diente a un análisis de ADN —el clima en el que se localizó no lo facilita— tampoco ayuda. “La realidad es que no podemos saber si este único y mal conservado molar perteneció realmente a un denisovano, a un híbrido o incluso a un grupo desconocido de homínidos”, explica la profesora Katie Hunt a la CNN.

Arrojar luz sobre la historia de los denisovanos es hacerlo sobre la de la propia humanidad. Los expertos creen que África acogió hace entre 700.000 y 500.000 años un ancestro común del que partieron varias ramas, incluida la de los Homo sapiens. Otra acabó bifurcándose a su vez entre los neandertales y denisovanos hace alrededor de 470.000-380.000 años. Su legado genético en el sudeste asiático apunta que pervivieron hasta hace no tanto, apenas 30.000 años.

Imágenes | Nature Communications


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Xataka

por
Carlos Prego

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