Hace semanas sonó con insistencia el nombre de la ciudad de Oporto en varios IG criollos. Es que para estas vacaciones de verano otra aerolínea portuguesa ha sido autorizada a volar en la ruta Oporto, Portugal/Punta Cana, República Dominicana.
Si bien la mayoría de los pasajeros pertenecerá al denominado turismo receptivo, es de pensar que los dominicanos tendremos la oportunidad de aprovechar sus vuelos para viajar hasta la fascinante Porto, como se llamó en la antigüedad. El tema me trae remembranzas de mi visita a Oporto, cuyo nombre en castellano dio origen al nombre de Portugal.
Retrotrayendo la memoria hacia tan romántico entorno, vuelvo la vista hacia la ribera de las plácidas aguas del río Douro, junto al cual se abre el casco antiguo, cuyas vías suben, bajan o rodean empinadas colinas.
Lo que en principio puede parecer predestinado a un fatigante ir y venir por altozanos, se convierte en magníficos paseos cuesta arriba o cuesta abajo, donde a cada trecho sale al paso un monumento histórico, un edificio de fascinante arquitectura, un restaurante o café con mesas al aire libre, o una de las tantísimas pastelerías o cafeterías, en las cuales se puede degustar un tradicional postre portugués: el delicioso pastel de nata. (Es una pasta de hojaldre con crema al centro y canela en polvo).
La ciudad es una de las favoritas de los anglosajones, a quienes está vinculada desde tiempos atrás, tanto por situaciones políticas como por las bodegas de propiedad inglesa, que producen el tipo de vino con un toque dulce que lleva su nombre: Oporto. Las ‘caves de vino’, una de las cuales visité, están en la otra orilla del río, en Vila Nova de Gaia, que anteriormente formaba parte de Oporto. Ahora es un municipio separado.
Incluso bajo un cielo gris apetecen las andanzas. Empiezo en el puente Don Luis I, una colosal estructura de metal con un arco que alcanza la altura de 44.6 metros. Lo cruzo a pie para detenerme en su centro y mirar el romántico entorno. Es uno de la media docena de puentes que conectan ambas orillas, y el mejor ubicado para quienes nos sentamos en alguna de las terrazas que para comer se suceden una tras otra, junto a edificios de fachadas coloridas y tejados de ladrillo.
Una de las distracciones es mirar el paso de pequeños barcos cruceros y folclóricos ‘rabelos’ (barco típico del río Duero que transportaba las barricas de vino). No, no me atrae montar en uno. Prefiero andar por rincones y recodos, perderme por estrechas callejuelas con escalones, trasladarme por el área peatonal del túnel desde el puente Don Luis I, para llegar a la zona de la Sé, o catedral, edificio iniciado en el siglo XII pero reconstruido en diferentes siglos y en cuya plaza se alza desde 1945 una columna salomónica: el pelourinho.
Restaurantes
Dos restaurantes recuerdo: el Guarany y el Adega. El antiguo Café Guarany toma su nombre de la tribu guaraní de Sudamérica. Está en la Avenida dos Aliados, frente a la amplia y bella Praca da Liberdade. Mientras que especializado en cocina portuguesa está el Adega Presuntaria Transmontana II, en la avenida Diogo Leite, en Vila Nova do Gaia.