Que en la República Dominicana el golf no sea una actividad que mueva masas como el béisbol, baloncesto, voleibol o boxeo no debe ser excusa para no sacar unos minutos y considerar la importancia que ha ganado en el país el llamado deporte de caballeros. Es uno que hace rato dejó de ser de un pequeño nicho.
No es casual el número de torneos patrocinados por empresas grandes y medianas. Tampoco que haya 27 campos. Es una actividad de un intenso impacto económico, un creador de riquezas como pocos deportes en el planeta.
Así lo dicen los números. La octava edición del Corales Puntacana Championship que el domingo bajó su telón puede arrojar mucha luz. En palabras de los organizadores, montar todo ese andamiaje requiere de una inversión de ocho millones de dólares (la mitad en premios para los jugadores).
No hay otra competencia deportiva en la República Dominicana que reparta tanto dinero, que demande una logística como la de esa parada del PGA Tour, un privilegio que en América Latina y el Caribe solo tienen México, Puerto Rico, Bermuda, Bahamas y la República Dominicana.
Durante esos cuatro días de competencias se utiliza un dispositivo de seguridad que alcanza las 900 personas y mantener ese campo con el esplendor de una alfombra nueva requiere de 2.5 millones de dólares. Más de mil personas trabajan en la organización, incluyendo cientos de voluntarios.
Es un torneo que no ha parado de crecer, la apuesta comenzó en 2018 y acaba de renovar la licencia con el PGA Tour por otros dos años. Es un evento que pone al país en el mapa del mundo del golf, que ven millones de personas en el planeta e impulsa un turismo de alto consumo, que generan empleos y riquezas durante todo el año.
Un ejemplo que puede ayudar a entender que tan alto puede ser el techo es Carolina del Sur.
Un informe de 2022 del Departamento de Parques, Recreación y Turismo del mencionado estado mostró que el golf genera US$3,300 millones anuales a la economía. Solo las dos paradas del Tour en ese estado, el RBC Heritage y el Myrtle Beach Classic, dejan un impacto de 151 millones en esas dos semanas.
Lo entendí en 2010 cuando cubrí la primera participación de un dominicano en un PGA Tour, Julio Santos en el Puerto Rico Open. Los boricuas, aun en su tiempo más bajo, no han renunciado a su torneo, y el Gobierno lo ha entendido, que más que un gasto en el patrocinio que hace es una gran inversión con retorno para el Marca País de la isla.