Gloria Cuevas pensaba que viviría para siempre en su casa rosada de un siglo de antigüedad en la costa oeste de Puerto Rico, pero el propietario de la vivienda decidió transformarla en un alojamiento de Airbnb.
Cuevas dejó su hogar -ahora púrpura y dividido en dos- y su querida ciudad por otra localidad más al sur, obligada a marcharse debido al aumento del costo de vida y a una explosión de alquileres a corto plazo en el territorio de la isla caribeña.
«Al principio, no podía volver aquí», dijo Cuevas, de 68 años, a la AFP, mirando la casa que una vez fue su hogar. «Me hizo sentir triste y enojada al mismo tiempo».
La experiencia de Cuevas se está convirtiendo en una historia demasiado repetida en toda la isla, donde los carteles promocionan mansiones en venta, y el logo de Airbnb está estampado en las casas donde antes vivían los locales.
Detrás de una creciente gentrificación están las leyes que alientan principalmente a estadounidenses adinerados del continente a mudarse allí a cambio de un trato fiscal preferencial.
El programa creado en 2012 tenía como objetivo estimular el crecimiento económico y atraer inversión a la isla, un territorio libre asociado a Estados Unidos desde 1898.
Quienes se trasladan deben obtener la residencia y comprar propiedades para mantener incentivos significativos, pero muchos puertorriqueños, así como algunos legisladores estadounidenses, afirman que esto infla los precios de la vivienda y fomenta la evasión fiscal.
«El colonialismo nos mata, nos sofoca», opina Cuevas. «Es un tema global. Es una guerra de clases«.
– «Injusto» –
Ricki Rebeiro, de 30 años, se mudó a San Juan hace más de un año, y trajo consigo su negocio de embalaje y marketing para empresas de cannabis.
Establecer su operativa en Puerto Rico ahorra a su empresa millones de dólares anualmente, y no paga impuesto sobre la renta personal, lo que equivale a «un segundo ingreso» que, asegura, intenta reinvertir localmente.
«Creo que los locales probablemente estén molestos porque no consiguen los mismos beneficios que alguien como yo» recibe, admitió el empresario, cuya familia vive en Pensilvania y Oklahoma.
El sistema es «injusto», dijo Rebeiro. «Pero tampoco creo que yo deba ser culpado por eso. Yo no armé el programa».
– «Esto es nuestro» –
En Cabo Rojo, una ciudad costera en la costa occidental de la isla, un grupo de activistas instó a sus vecinos a protestar contra un enorme proyecto urbanístico e inmobiliario llamado Esencia.
Ese proyecto transformaría más de 810 hectáreas de terreno recreativo y casi 5 km de playas en un resort de lujo y desarrollo residencial de 2.000 millones de dólares.
La familia de Dafne Javier lleva generaciones en esta zona. Su bisabuelo fue el último alcalde en el municipio bajo la ocupación española y el primero bajo el dominio estadounidense.
La mujer de 77 años afirmó que el proyecto Esencia «cambiaría totalmente el paisaje» al crear una ciudad cerrada dentro de otra ciudad.
Los activistas dicen que destruiría el hábitat natural de algunas especies en peligro de extinción, mientras que exacerbaría los problemas con el agua potable, el suministro eléctrico y la recolección de basura.
Los inversionistas del proyecto han llamado a Puerto Rico «uno de los mercados de crecimiento más prometedores del mundo» y aseguraron que Esencia crearía «miles de empleos«.
Pero esos puestos serán de salario mínimo, predijo Javier. Y los ricos «no se mezclarán con nosotros», vaticinó.
Christopher Powers está casado con una puertorriqueña con quien tiene hijos, y ha vivido en Cabo Rojo durante 20 años.
«No tienen idea de lo que están destruyendo, y si la tienen, entonces deberían avergonzarse», declaró a la AFP.
El desarrollo «no solo es destructivo desde el punto de vista ecológico, no solo será un desastre económico para quienes vivimos aquí, sino que también va en contra del espíritu y valores» de la población local, sostuvo.
Cuevas tiene la esperanza de que su historia y otras similares ayuden a los puertorriqueños a comprender lo que están a punto de perder.
«Tenemos que seguir luchando. Tenemos que educar a nuestra juventud. ¿Has oído hablar de Bad Bunny?», dijo, refiriéndose a la superestrella puertorriqueña cuya música y conciertos en San Juan han amplificado el debate sobre la gentrificación y la disolución cultural, tanto en la isla como fuera de ella.
«Esto es nuestro», afirmó Cuevas. «No nos vamos a ir».