Cómo Europa pasó de acoger refugiados a hablar de crisis migratoria

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El día que aparecieron, apenas podía creer lo que veía. Una tras otra, una pequeña embarcación llegaba desde el lado turco. «Tengo tantos recuerdos que me vienen a la mente ahora», dice Paris Louamis, de 50 años, hotelero en la isla griega de Lesbos. «Había gente de Siria, Afganistán, de muchos países».

Corría agosto de 2015 y Europa presenciaba el mayor movimiento de población desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Más de un millón de personas llegarían a la UE en los meses siguientes, impulsadas por la violencia en Siria, Afganistán, Irak y otros lugares.

Presencié las llegadas a Lesbos y conocí a Paris Laoumis mientras ayudaba a solicitantes de asilo exhaustos cerca de su hotel.

«Estoy orgulloso de lo que hicimos entonces», me dice. Junto con voluntarios internacionales, proporcionó comida y ropa a los que llegaban.

Más de un millón de migrantes y refugiados cruzaron a Europa en 2015, lo que desató una crisis mientras los países luchaban por hacer frente a la afluencia.

Hoy la playa está tranquila. No hay solicitantes de asilo. Pero Paris está preocupado. Cree que es posible otra crisis. Con el aumento de llegadas durante los meses de verano, el ministro de Migración de su país ha advertido del riesgo de una «invasión«, con miles de personas procedentes de países como Sudán, Egipto, Bangladesh y Yemen.

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«Claro que me preocupa. Veo el sufrimiento de la gente. No vienen aquí, pero lo vemos en Creta (la isla más grande de Grecia), adonde ha llegado gente. Así que es posible que con las guerras venga más gente».

En 2015, seguí a los solicitantes de asilo mientras subían a los ferries, caminaban penosamente bajo el calor por las vías del tren, atravesaban campos de maíz, bajaban por caminos rurales y por carreteras, abriéndose paso a través de los Balcanes y continuando hacia Alemania y Escandinavia.

El número de personas que entraron en Alemania se disparó de 76.000 en julio a 170.000 el mes siguiente.

El último día de agosto la canciller Angela Merkel declaró: «Wir schaffen das» (podemos hacerlo), lo que muchos interpretaron como una señal de abrir los brazos a los solicitantes de asilo.

«Alemania es un país fuerte», dijo. «La motivación con la que abordamos estas cuestiones debe ser: ¡hemos logrado tanto, podemos hacerlo! Podemos hacerlo, y cuando algo se interpone en nuestro camino, hay que superarlo, hay que trabajar en ello».

Pero las intensas emociones de aquel verano, cuando las multitudes recibían a los solicitantes de asilo en las carreteras del norte, parecen pertenecer a una época muy distinta.

Aquella proclamación optimista pronto se convirtió en un lastre político para Merkel.

Sus opositores políticos y algunos líderes europeos sintieron que sus palabras actuaban como un imán para los solicitantes de asilo hacia la UE.

En 15 días, la canciller se vio obligada a imponer controles en las fronteras alemanas debido a la afluencia de solicitantes de asilo.

Y una década después, la preocupación por la migración se ha convertido en un problema político importante en muchos países europeos.

Las causas son complejas y varían de un país a otro, pero las preocupaciones en torno a la seguridad, las dificultades económicas y la desilusión con los partidos gobernantes han tenido un papel fundamental en la configuración de la actitud hacia quienes llegan huyendo de la guerra, el hambre y la desesperación económica.

La canciller Angela Merkel declaró «Wir schaffen das» – «Podemos hacerlo» – ampliamente visto como una bienvenida abierta a los solicitantes de asilo.

Esto ha impulsado el auge de los partidos de extrema derecha y ha visto a partidos de centro -e incluso de izquierda- luchar por imponer controles a la migración, temiendo una derrota electoral a manos de la derecha populista.

Datos del Instituto Atlas de Asuntos Internacionales muestran cómo el apoyo a los partidos de extrema derecha en Europa casi se duplicó en dos ciclos electorales, alcanzando el 27,6%.

Desde 2015, cuando el ACNUR afirma que más de un millón de personas entraron en Europa por las rutas de asilo, se ha producido un drástico descenso en las llegadas.

Sin embargo, desde 2016, el promedio de personas que entran en Europa se ha mantenido en torno a las 200.000 al año. En lo que va de 2025, se ha registrado la llegada de un total de 96.200 solicitantes de asilo.

Entonces, ¿pueden los nuevos y estrictos controles reducir aún más el número de personas que intentan llegar a Europa? ¿O acaso los conflictos globales y la desesperación económica hacen inevitable su flujo continuo, con fluctuaciones en las cifras?

La firme postura de Hungría

Hungría comenzó a construir una valla de cuatro metros de altura a lo largo de su frontera sur de 175 kilómetros en junio de 2015.

En Hungría, el gobierno de extrema derecha del primer ministro Viktor Orban ha adoptado una de las estrategias más duras en materia de migración.

En septiembre de 2015, presencié la construcción de la primera valla de Hungría en la frontera con Serbia y vi cómo cientos de personas se apresuraban a cruzar a la UE antes de que se les impidiera el paso.

Esta semana, en Budapest, me reuní con el ministro húngaro para la UE, János Bóka, quien afirmó que la postura de Hungría se ha visto reivindicada por las medidas restrictivas que se están implementando en Reino Unido -donde el gobierno planea dificultar que los refugiados traigan a sus familiares al país-, así como en países como Irlanda, Dinamarca y Suecia.

«Nos sentimos reivindicados no solo por lo que ocurre en otros países europeos. Esto, por supuesto, también es una señal de que tomamos el camino correcto hace 10 años, y que ahora vemos que la mayoría de los países están haciendo lo que hemos hecho durante los últimos 10 años», dice.

Hungría devuelve inmediatamente a las personas que llegan a la frontera sin permiso de entrada. Solo pueden solicitar asilo en Belgrado, la capital serbia, o en Kiyv, en la Ucrania devastada por la guerra.

La abogada de derechos humanos Timea Kovács afirma que esto, en la práctica, imposibilita la entrada a la UE a través de Hungría. «Básicamente, no hay forma legal de entrar en territorio húngaro como refugiado», afirma.

La UE multa ahora a Hungría con un millón de euros diarios por incumplir sus obligaciones de asilo. El ministro János Bóka insiste en que la política no cambiará.

Como resultado, Hungría está recibiendo una multa de un millón de euros al día por incumplir sus responsabilidades con los solicitantes de asilo según la legislación de la UE.

El ministro de la UE, Bóka, afirma que el país no está dispuesto a cambiar su política. «Si es el precio que pagamos por la protección de nuestras fronteras y el mantenimiento de la paz y la estabilidad en Hungría, es un precio que vale la pena pagar».

Pero ni siquiera estas medidas restrictivas han logrado detener por completo la entrada de solicitantes de asilo.

La policía austriaca declaró a la BBC que se detectaban entre 20 y 50 personas cada día intentando entrar ilegalmente en su país desde Hungría. Esta es solo la cifra de los que son detectados.

En un viaje a la frontera con Serbia, escuché la frustración de un grupo de guardias húngaros.

Dejamos la carretera asfaltada y seguimos a una patrulla por un camino de tierra que se adentraba en el bosque. Los árboles se cerraban formando un túnel natural. La brillante luz del sol dio paso a las sombras.

Los hombres del vehículo que nos precedía llevaban escopetas.

«Un gran circo»

Vestidos con camuflaje militar, Sándor Nagy y Eric Molner son ciudadanos voluntarios, pagados por el Estado para patrullar el lado húngaro de la frontera con Serbia.

«Me siento triste y enojado, y sobre todo, preocupado por lo que se avecina», dice Sandor. Cree que Europa no está logrando impedir que la gente cruce sus fronteras.

«Para ser honesto, lo que vivimos aquí es básicamente un gran circo. Lo que vemos es que la defensa fronteriza aquí es principalmente un espectáculo, una cuestión política».

Patrullas ciudadanas como Sandor Nagy y Eric Molner (en la foto) reciben pagos del estado para proteger la frontera de Hungría con Serbia.

Salimos a un espacio abierto donde aparece una valla fronteriza de 3,6 metros de altura, rematada con alambre de púas y equipada con sensores y cámaras para detectar cruces ilegales.

«Simplemente la cortan, y los grupos entran a la fuerza por varios puntos a la vez; esto ha sido así durante años». El problema, argumenta, radica en el crimen organizado, que siempre va un paso por delante de las autoridades.

«Esta valla no detiene a nadie a largo plazo… Retrasa el flujo, pero no puede detenerlo».

Un aluvión de abusos

Con el crecimiento del tráfico ilegal de personas, se ha producido una avalancha de abusos contra los derechos humanos, según Naciones Unidas.

Los traficantes de personas abandonan a la gente en el desierto del Sahara, a otros los hacinan en embarcaciones peligrosas.

Algunos de los que logran cruzar se ven obligados a regresar al desierto por las fuerzas de seguridad locales.

Más de 32.000 personas han muerto intentando llegar a Europa en los últimos 10 años, incluyendo 1.300 muertos o desaparecidos este año.

Según la Organización Internacional para las Migraciones de Naciones Unidas, «gran parte de esto ocurre en una situación de casi total impunidad».

Más de 32.000 personas han muerto intentando llegar a Europa en la última década

El verano de 2015 no fue solo un verano de bienvenida. Impulsó cambios inmediatos en las estrategias de varios estados europeos.

No solo con la construcción de la valla en Hungría, sino también, entre otros ejemplos, con el despliegue de la policía antidisturbios en Croacia y la detención de migrantes en Eslovenia.

Para marzo de 2016, seis meses después de la declaración de Merkel, la UE había llegado a un acuerdo con Turquía para impedir que los migrantes cruzaran a Grecia y Bulgaria.

Desde entonces, la UE ha llegado a acuerdos con países como Marruecos, Túnez, Libia y Egipto para evitar que sus países se utilicen como puntos de lanzamiento hacia Europa.

Actualmente, existen numerosos casos bien documentados de solicitantes de asilo que son devueltos a través de las fronteras de la UE por la policía y la guardia costera.

El pasado enero, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos declaró a Grecia culpable de devoluciones ilegales y sistemáticas de solicitantes de asilo a Turquía.

Gerasimos Tsourapa, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Birmingham, describe la política de tercerizar el asilo como un cambio drástico para Europa.

«La idea de que la migración se puede aprovechar para obtener dinero, ayuda u otras concesiones, algo bastante excepcional en Europa en 2016, se ha convertido en un patrón», dice.

«La diplomacia migratoria es contagiosa. Una vez alcanzado el acuerdo, la lógica se extiende».

Aquí también hay una paradoja, afirma. «Estamos restringiendo el asilo, manteniendo las fronteras cerradas, pero también necesitamos encontrar trabajadores migrantes para cubrir la escasez y apoyar a nuestra economía nacional».

Una Suecia en transformación

La persistente preocupación pública ha provocado un aumento del apoyo a los partidos de extrema derecha en toda la UE, incluso en lugares como Suecia, que históricamente se ha enorgullecido de ser una nación acogedora para quienes huyen de la persecución.

El partido Demócratas de Suecia, de extrema derecha, obtuvo el 20,5 % de los votos en las elecciones generales de 2022, lo que los convirtió en el segundo partido más grande del país.

A cambio de apoyar a un gobierno de coalición minoritario, han visto cómo gran parte de su plataforma antimigratoria moldeaba la política gubernamental.

La reunificación familiar de los migrantes se ha dificultado, al igual que las condiciones para la residencia permanente, y las cuotas de asilo se han reducido sustancialmente.

El refugiado sirio Abdulmenem Alsatouf recuerda su llegada a Suecia y la cálida bienvenida que recibió en 2015.

Para la última etapa de mi viaje, fui a la ciudad de Karlstad, en el oeste de Suecia, un lugar pintoresco a orillas del río Klarälven, la vía fluvial más larga de Escandinavia.

El refugiado sirio Abdulmenem Alsatouf, de 44 años, recordó la bienvenida que recibió aquí en 2015.

Eso ha cambiado, dice. «Al principio nos trataban muy bien. Pero después de unos años, y tras el cambio de gobierno, las cosas cambiaron. Se volvieron más racistas«.

Cita incidentes de abuso racista, como el de un vecino que dejó un cerdo de juguete frente a la casa de esta familia devotamente musulmana.

Conocí a Abdulmenem y a su familia hace diez años, cuando intentaban llegar a Europa desde Turquía. Recuerdo su esperanza de una nueva vida. Ahora su esposa, Nour, dice que preferiría estar en Siria.

«Nos miran como si solo viniéramos aquí para sacarles el dinero o vivir de su ayuda. Pero no es cierto. Cuando llegué, estudié sueco durante dos años, aprendí el idioma y terminé la escuela. Luego me puse a trabajar: limpiando, cocinando, cuidando niños. Pago impuestos aquí, como cualquiera. Formo parte de esta sociedad».

¿Por qué la opinión pública sueca se ha inclinado hacia la derecha en materia de inmigración?

Una de las razones más citadas en los medios locales y por los políticos es la delincuencia, en concreto el auge del crimen organizado, donde jóvenes perpetradores son utilizados para cometer actos de violencia extrema.

Desde 2013, la tasa de delitos con armas de fuego en el país se ha más que duplicado.

Las personas nacidas en el extranjero y sus hijos nacidos en Suecia están sobrerrepresentadas en las estadísticas de delincuencia.

Sin embargo, el Ministerio de Asuntos Exteriores sueco advierte contra un análisis simplista de las cifras.

Afirma que los bajos niveles de educación, el desempleo, la segregación social y el trauma de guerra de los refugiados son algunas de las causas, no el hecho de ser migrante.

Afuera del museo cultural local, donde él y su aprendiz pintaban las paredes, conocí a Daniel Hessarp, de 46 años, quien se encuentra entre el 60% de los suecos que, según las encuestas de opinión, están preocupados por la delincuencia.

«Vemos las estadísticas de los delitos, quiénes los cometen, etc. Así que ahí tienen la respuesta. Antes no teníamos esto en Suecia».

Daniel Hessarp, residente de Karlstad, se encuentra entre la mayoría de los suecos que dicen estar preocupados por la delincuencia.

El aprendiz, Theo Bergsten, de 20 años, dijo que no se oponía a la inmigración porque «aprendes de, ellos aprenden de ti… así que también es muy agradable». Sin embargo, señaló que el aumento de la delincuencia era una «parte triste» de la historia.

Maria Moberg Stephenson, profesora titular de Trabajo Social en la Universidad de Karlstad, afirma que las redes sociales han permitido que el mensaje de la extrema derecha prospere y encuentre nuevo apoyo entre quienes se sienten excluidos de la sociedad.

«Los Demócratas de Suecia son muy claros con nosotros: no quieren solicitantes de asilo. De hecho, quieren que la gente se vaya de Suecia. Y todo el gobierno está, de alguna manera, marcando la pauta para ser un país hostil. Ahora es más aceptable no ser hospitalario».

Tumbas marcadas con un «Desconocido»

De vuelta en Lesbos, visité un lugar que he llegado a conocer tras muchos años de informar sobre problemas migratorios allí.

A unos 30 minutos en coche del aeropuerto de Mitilene, en medio de olivares, se encuentran las tumbas de los solicitantes de asilo que murieron intentando llegar aquí o en los campos de refugiados establecidos después de 2015.

Numerosas tumbas están marcadas simplemente como «Desconocido», el último lugar de descanso de quienes creyeron que Europa les ofrecería una vida mejor.

Cuando las visité, había tres tumbas recientes y una cuarta abierta esperando el enterriero. Es un recordatorio aleccionador de que las personas desesperadas seguirán intentando llegar a Europa, a pesar de los enormes riesgos.

En lo que va de año, el número de solicitantes de asilo detectados intentando llegar a Europa ha disminuido un 20%.

Las cifras pueden aumentar y disminuir, pero las crisis globales que impulsan la migración no van a desaparecer. Ese es el desafío fundamental para los políticos, independientemente del partido que esté en el poder.

Fuente: BBC Mundo

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