Este artículo fue publicado originalmente en El Día.
Por Julio Disla
La campaña de presión política, diplomática y militar lanzada por la Casa Blanca contra el Gobierno legítimo de Nicolás Maduro no ha logrado los efectos que Washington parecía esperar. Desde este verano, un enorme despliegue militar estadounidense en el Caribe —que incluye maniobras navales, vuelos de reconocimiento y el estacionamiento de equipos de guerra en puntos estratégicos— busca provocar una fractura interna en las Fuerzas Armadas Bolivarianas o, al menos, generar una atmósfera de incertidumbre que debilite al Gobierno venezolano. Nada de eso ha sucedido.
Pese a los discursos alarmistas provenientes del Departamento de Estado, no se ha producido ninguna grieta en el ejército bolivariano, institución que continúa cohesionada y firme en defensa de la soberanía nacional. Tampoco Caracas ha entrado en la supuesta “nueva fase” que algunos medios estadounidenses especulan, una fase que incluiría operaciones encubiertas de la CIA.
El propio clima interno de Venezuela desmiente la narrativa: en las calles, las comunidades continúan su vida cotidiana con normalidad, preparándose para las festividades navideñas, en un ambiente de movilización política permanente que refuerza la unidad popular frente al hostigamiento externo.
En medio de este clima, la Casa Blanca decidió designar como organización terrorista extranjera (FTO) al llamado “Cartel de los Soles”, una estructura sobre la que se conoce muy poco y cuya existencia real ha sido ampliamente cuestionada por organizaciones de investigación independientes. Washington insiste en vincular este supuesto cartel con la cúpula del Ejército y el Gobierno venezolano, y ha llegado al extremo de afirmar que estaría dirigido por el propio presidente Nicolas Maduro.
Caracas ha rechazado la acusación como absolutamente infundada, denunciando que se trata de otra herramienta de guerra psicológica para justificar mayores niveles de intervención estadounidense en la región.
Como parte del cerco político-militar, este viernes la Administración Federal de Aviación Estadounidenses (FAA) emitió un aviso instando a los vuelos comerciales a “extremar la precaución” al sobrevolar Venezuela y el sur del Caribe debido a la “situación potencialmente peligrosa” generada precisamente por el aumento de la actividad militar norteamericana, no por acciones del Gobierno venezolano. Es decir, Washington crea el riesgo y luego advierte al mundo sobre su propio despliegue, intentando colocar a Caracas como foco de inestabilidad.
Mientras tanto, desde la Casa Blanca se filtran informaciones que buscan tensionar aún más el ambiente. El medio Axios publicó que el presidente Donald Trump estaría planeando una llamada telefónica con el presidente Nicolás Maduro. Un funcionario estadounidense citado por ese medio declaró: “Nadie planea entrar y dispararle o secuestrarlo en este momento. No diría que nunca vaya a ser así, pero ese no es el plan por ahora.” La frase, brutal y reveladora, confirma que en Washington hay sectores que contemplan abiertamente escenarios de secuestro, ejecución o derrocamiento forzado de un mandatario extranjero, una admisión que en cualquier otra región del mundo sería un escándalo diplomático y un crimen internacional.
Sin embargo, incluso entre amenazas, sanciones, presiones económicas y operaciones mediáticas, el Estado venezolano sigue funcionando, el Gobierno mantiene control pleno del territorio y el pueblo continúa organizado, trabajando y celebrando las fiestas de diciembre. La fortaleza del movimiento bolivariano ha demostrado que ni los bloqueos financieros, ni las campañas de demonización, ni los intentos de sobornar o fracturar a la Fuerza Armada han logrado desmantelar la institucionalidad democrática del país.
Hoy, como en otras etapas decisivas de la historia latinoamericana, la agresividad imperial no es señal de fortaleza sino de desesperación. Al no conseguir la caída del Gobierno venezolano por la vía electoral, económica ni diplomática, Washington recurre a un discurso cada vez más temerario, disfrazado de lucha contra el narcotráfico o el terrorismo, con el objetivo de justificar una intervención abierta o encubierta.
El pueblo venezolano, en cambio, responde desde la dignidad: con movilización, organización y conciencia política, sin dejar que el miedo —ese instrumento histórico de dominación— sustituya la voluntad democrática de una nación que ha decidido ser libre. Frente al ruido de los buques, las amenazas y las listas negras, Venezuela reafirma que su destino no se escribe en Washington, sino en las calles de Caracas, Maracaibo, Barquisimeto y cada rincón donde el pueblo bolivariano mantiene viva la llama de la soberanía.
La publicación Venezuela bajo asedio, pero el pueblo bolivariano sigue de pie apareció primero en El Día.


