Con el fallecimiento del Papa Francisco, han resurgido interpretaciones de antiguas profecías que, aunque ajenas a la doctrina oficial de la Iglesia Católica, han capturado durante siglos la atención de fieles, estudiosos y curiosos. Entre las más conocidas destacan la Profecía de los Papas atribuida a San Malaquías y las visiones de Nostradamus.
A lo largo de la historia, estas predicciones han fascinado a muchos, especialmente en tiempos de sede vacante.
Nostradamus y el juego de los símbolos
Michel de Nôtre-Dame, conocido como Nostradamus, publicó en el siglo XVI una serie de cuartetas poéticas que se han interpretado de mil maneras. Aunque no dejó una lista explícita de papas, algunas de sus frases se han vinculado con el destino del pontificado.
Uno de los relatos más difundidos habla de una secuencia de tres figuras papales: el Papa extranjero, el Papa anciano y el Papa negro.
Estas figuras no aparecen de manera literal en sus textos, pero se han popularizado como símbolos. El “Papa extranjero” suele identificarse con pontífices no italianos, como Juan Pablo II o Benedicto XVI. El “Papa anciano” se ha asociado con Francisco, elegido a los 76 años.
Y el “Papa negro” es el más enigmático: algunos lo interpretan literalmente, como un Papa de tez oscura; otros creen que hace referencia al Superior General de los jesuitas —tradicionalmente vestido de negro—, una figura que algunos llaman informalmente “el Papa negro”. En ese sentido, Francisco, primer Papa jesuita, también encajaría.
Estas imágenes tienen una fuerte carga simbólica. El Papa extranjero representa el rompimiento con la tradición romana. El Papa anciano, un liderazgo transitorio y prudente.
El Papa negro, ya sea como metáfora de un cambio radical o como representación de los orígenes africanos del cristianismo, encarna un punto de inflexión: el final de una era o el comienzo de otra.
San Malaquías y la lista del fin
La llamada Profecía de los Papas fue atribuida al arzobispo irlandés San Malaquías en el siglo XII, aunque no se conoció hasta que fue publicada en 1595 por el monje benedictino Arnold de Wyon.
El texto presenta una lista de 112 lemas en latín que corresponderían a los pontífices desde Celestino II (1143) hasta un último Papa descrito como “Pedro el Romano”, bajo cuyo pontificado ocurrirían grandes tribulaciones y el juicio final.
A pesar de su atribución medieval, muchos historiadores creen que la profecía es una falsificación del siglo XVI. Los lemas coinciden con notable precisión con los papas hasta 1590, pero se tornan vagos y de interpretación forzada a partir de esa fecha.
La Iglesia Católica nunca ha reconocido esta profecía como auténtica, aunque ha permitido su difusión como documento cultural.
Entre los ejemplos más citados está Juan Pablo II, a quien se le asocia el lema “De labore Solis” (“Del eclipse del sol”), ya que nació y murió durante eclipses solares. Benedicto XVI fue vinculado con el lema “Gloria Olivae” (“Gloria del olivo”), supuestamente relacionado con su nombre y la tradición benedictina. Tras él, la profecía menciona solo a “Pedro el Romano”, el último pastor.
Algunos creen que ese último Papa ya fue Francisco, por su nombre de pila y por representar un retorno a los orígenes; otros sostienen que aún falta su aparición. Entre los más entusiastas, se ha especulado incluso con fechas concretas para un supuesto fin del mundo, aunque tales conjeturas carecen de sustento histórico o teológico.
¿Y la Iglesia qué dice?
Oficialmente, la Iglesia no reconoce ninguna de estas profecías como válidas. Los cónclaves se realizan bajo criterios pastorales, teológicos y de discernimiento espiritual. Sin embargo, en cada sede vacante, las antiguas predicciones resurgen entre el público general y en algunos medios. Se convierten en relatos paralelos que alimentan la conversación colectiva en tiempos de incertidumbre.