BeReal es la red social más auténtica del mercado. El precio a pagar: ser aún más dependientes del móvil

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Hace unas semanas andaba cotilleando las aplicaciones del ranking de la App Store en búsqueda de alguna joya oculta. De pronto vi una aplicación que ni siquiera me sonaba: BeReal. La descargué de forma instintiva, por probar, y tan pronto constaté que no era esa la gema que andaba buscando, la eliminé. Sin embargo, un runrún se fue sucediendo en las siguientes semanas, sobre todo al compás en que más tuits y artículos iba encontrando sobre ella.

Esa aplicación es una red social que, al contrario que otras que pasaron por nuestras vidas de forma efímera, como Peach (¡ja!), está haciendo ruido de una forma levemente sostenida, que en la era de TikTok e Instagram, ya es mucho. Lo que le hace diferente es que busca la autenticidad: solo permite publicar una foto una vez al día cuando envía una notificación en un momento aleatorio. Al recibirla, tenemos dos minutos para publicar lo que tenemos a nuestro alrededor con ambas cámaras, frontal y trasera, y ver las fotos que hayan publicado nuestros amigos. No puedes editar las fotos ni bucear en las antiguas. Es el aquí y el ahora, sin filtros (literalmente).

Honestidad y dependencia

BeReal sigue el principio acción-reacción, es la vuelta del péndulo. Tras años expuestos a la arquitectura de Instagram, que nos forzaba a una impostura presuntuosa que derivaba en contenido prosaico cuando no ridículo, BeReal quiere ser la red social honesta. Su nombre no puede ser más  enunciativo. Por no tener, no tiene ni indicadores de popularidad en los perfiles: nada de sumas de likes ni cifras de seguidores a la vista.

BeReal es una red social para quien quiere tomarse un descanso de las redes sociales sin perder las conexiones comunitarias, y asegurando una pátina de autenticidad. La que promete una arquitectura a la que no le podemos colar filfas. Hasta tiene un método antilurkers: solo te deja ver contenido ajeno si previamente has subido tú alguno.

Como una ventana a la vida de los demás, a su cotidianidad, no a los momentos especiales. Donde los cielos son normales, no saturados ni con nubes artificiales. Nuestras caras dejan asomar canas, patas de gallo y canancio; no un cutis perfecto hecho a base de IA. En TikTok tratamos de hacer reír y parecer aspiracionales. En Instagram mostramos lo más parecido a lo que nos gustaría ser. Sucesos que también acentúan la idea de un Internet menos social y más enfocado a los contenidos.

En la balanza menos agradable, la autenticidad que promulga BeReal va ligada a una mayor dependencia del móvil. No poder subir lo que queramos cuando queramos, sino algo recién hecho cuando nos lo ordena un algoritmo, implica mandar a tomar viento las novedades de los últimos años en materia de desintoxicación digital, como las herramientas de sistemas operativos o de las propias apps que trataban de ayudar a que no se nos fuera de las manos el enganche. ¿Cómo podríamos decirle a BeReal que en ciertos intervalos horarios no queremos poder abrirla si en la aleatoriedad de su llave de paso está la posibilidad de tener presencia en ella?

Hasta vemos la cuenta atrás para subir algo antes de que sea tarde, una gamificación digna de quien lleva años en esto para acentuar el hábito de usarla. Como la racha de aciertos en Wordle. Por suavizar la crítica diré que Twitter, droga dura, consigue los mismos resultados sin necesidad de esos artificios.

En lo que vemos si BeReal termina siendo otro exitoso Snapchat o un nuevo y funesto Clubhouse —de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno—, los talluditos miraremos al cielo y veremos el logo de Tuenti difuminado entre las nubes, quizás como un test de Rorschach.

Como los cincuentañeros que hoy pasan frente a los cráteres que antes eran discotecas de la edad dorada de la Ruta del Bakalao y anhelan un pasado que no volverá. Quizás BeReal logre recuperar la autenticidad extrema de la era Tuenti, pero nunca podrá liberarnos del móvil por su propia ley.


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BeReal es la red social más auténtica del mercado. El precio a pagar: ser aún más dependientes del móvil

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Javier Lacort

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