El agravamiento de la crisis que ha estado presente, a escala planetaria, en los primeros años del siglo XXI obedece a razones que son inherentes al propio sistema capitalista, lo cual se ha acelerado o detenido según a quienes les corresponde asumir el control político del Estado y el diseño de política económica de mayor incidencia global.
Y esto es una razón poderosa que permite entender la magnitud de las fragmentaciones en que se encuentra el mundo, situación que sugiere que la comunidad internacional no gire la cara y que ponga los ojos en aquellos países con precariedad económica preocupante.
Desde una perspectiva de las relaciones económicas internacionales es indiscutible que el mapa geopolítico y geoeconómico del mundo ha registrado cambios radicales en las últimas dos décadas y las tensiones políticas que protagonizan algunos países de economías emergentes están influyendo en el modo en que se forjan negocios en todo el mundo. Los componentes de mercado o tecnológicos no son tan importantes para triunfar en varios países, por tanto, es inminente considerar los juegos políticos que allí tienen lugar, los cuales están definiendo el tablero geopolítico del mundo.
Al arribar a un cuarto de siglo expandiéndose, las economías emergentes todavía pueden ofrecer buenas oportunidades, pero también riesgos políticos para el mundo de los negocios.
Otras tendencias que se observan son la disparidad de ingresos en las economías emergentes, tensiones geopolíticas y actitudes fragmentadas que cada vez se tornan predominante en muchos países y que no dependerá ya necesariamente de los costes o de razones tecnológicas o de mercado, sino que tiene mucho que ver con que las interpretaciones que se hagan del juego político y conflictos económicos al que se está ya asistiendo a escala global de una manera brutal e irracional.
Los riesgos geopolíticos y de inestabilidad de las instituciones y de las reglas globales han sido resucitados en los últimos años, agudizados a partir de los innecesarios y diversos conflictos que están lacerando la estabilidad económica global.
Pero resulta que estas tensiones se alimentan con la desconfianza y la incertidumbre que se ha sembrado en el mundo, lo que significa que este es cada vez más difícil de entender en el complicado contexto político y socioeconómico del siglo XXI, calificado este como el siglo de la modernidad.
Bajo ese enfoque se interpreta que en la economía global predominan riesgos y tensiones derivados de la insignificante dinámica que registra el comercio y los mercados financieros globales los cuales son una amenaza para los sistemas financieros, al tiempo que genera inseguridad alimentaria y en el ingreso. Pero resulta que, en el marco de una contracción económica y comercial global, las economías han entrado en una fase de alta vulnerabilidad, lo cual explica la fragilidad económica predominante y un crecimiento del PIB decepcionante.
La economía mundial transita por una situación difícil donde aparentemente nada está funcionando bien, lo que hace pensar que la estabilidad de la economía global ha entrado en una fase de alto riesgo. Pero es que cada vez más el mundo luce embarazoso, lo cual resulta incierto cuando se observa que los debates de políticas públicas tienen carencia de argumentos, poca sinceridad y donde la inteligencia artificial, IA, está incidiendo en la aceleración de cambiarlo todo.
En la actualidad en los países se observa un desarrollo político y económico cuya diferencia está marcada por los gobiernos de turno, significando esto que los niveles de debilidad e inestabilidad que se derivan son responsable directo de la vulnerabilidad y el bajo crecimiento del PIB. Y es que tal realidad predomina a escalada global, lo que sumado a la nueva política arancelaria y a los conflictos geopolíticos, el único horizonte visible es la fragmentación global.
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