“Es tanto el beneficio que me ha dado el guardar siempre algo, inclusive de lo poco que me daban para la merienda, que hoy, que no tengo tantas limitaciones, me he quedado con ese hábito. Tanto es así que tengo por norma gastar solo el 10 por ciento de lo que me gano al mes. No importa lo que venga, no me salgo de ahí”. Esto lo cuenta entre risas Yudelsy De-Raben, acomodándose su abundante cabellera.
Ha pasado por muchas. Pero, contrario a lo que hacen algunas personas, en sus recuerdos amargos ella ha encontrado fortaleza para “echar pa’ lante”. “Se me salían los ojos cuando veía a mis compañeros de la escuela comiendo de todo lo que vendían, y yo debía conformarme con comerme lo que podía comprar con los cinco pesos que me daban”. Sus ojos evidencian nostalgia, pero su risa se encarga de ocultarla al máximo.
Es ante este tipo de carencias que la dueña de esta historia de superación decide “guardar pan para mayo y harina para abril”. Estudiando en el centro Fe y Alegría le presta atención a las clases complementarias que imparten. Le saca provecho a las manualidades y ahí comienzan sus primeros pasos en “los negocios”. Pese a su corta edad, decide trabajar el tejido en macramé. “Recuerdo que hice como una especie de macetero y lo colgué en la galeriíta de mi casa, pasó alguien y le gustó. Me lo compró y me dije: ‘Oh, pero yo haré pulseras también. Así lo hice, y me las llevaba a la escuela y allá las vendía”. Deja ver su entereza y el orgullo que siente de su emprendimiento, aun cuando el término ni soñaba con estar de moda.
Las ganancias
Había días en que hacía hasta 100 pesos. Mucho dinero para una niña de escasos recursos, con 12 años y, que por si fuera poco, debía compartir su “pobreza” con cuatro hermanos más. “Nunca pasamos hambre, pero no teníamos cómo alimentarnos adecuadamente. Éramos demasiado pobres, pero eso fue lo que me enseñó a mí a ahorrar. No quería pedirle a mi mamá, ni a mi papá, porque sabía que no tenían”. Sus padres se separaron siendo ella muy chiquita. Él se quedó viviendo en Puerto Plata y ellos vinieron a residir en Sabana Perdida. Su padre, Aurelio De-Raben, falleció hace 14 años.
Yudelsy aprovechaba sus vacaciones para ir a casa de su papá y cada vez que este le daba algún dinerito: “si eran 50 pesos, por ejemplo, gastaba 20 y guardaba 30”. Se ríe de su hazaña porque con esto aumentaba sus ahorros. Lo hacía con más fe, pues su madre se fue fuera del país a probar suerte, y las cosas se tornaban más difíciles. Luego regresó y desde entonces, Angelita Frías trabaja en el Hospital Darío Contreras.
Conforme pasaba el tiempo y avanzaba en la escuela, su negocio también crecía. Ya en la secundaria vendía más pulsas y todo lo que podía. “El caso es que, cuando entro a estudiar Comunicación Social en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, con mis ahorros me compré mi primera computadora. Me costó 17,000 pesos”. No cabe en ella tanta satisfacción y lo demuestra moviendo la cabeza en señal de acierto.
“A la UASD llevé mi negocio y logré ahorrarme un buen dinerito. Había días que hacía hasta 800 pesos. Cada vez tenía más clientes, porque la gente me hacía promoción. Mis pulsas eran bien bonitas y con buena terminación y se vendían bastante”.
La chica que cuenta esta historia de superación no se quedó ahí. A “costillas” suyas se inscribió en una famosa escuela de modelaje porque todos le decían que tenía porte de modelo. “Mi papá me pagó la inscripción como Dios lo ayudó, y yo me encargaba de la mensualidad haciendo de tripas corazón”.
Le fue muy bien. Llegó a salir en comerciales, a participar en concursos de belleza, inclusive en el Miss República Dominicana 2012. Eso sí, para costear todo esto se valió de la caridad de sus familiares y vecinos que hicieron hasta kermese para ayudarla. Ahí se le fueron sus ahorritos. Quedó entre las 10 finalistas. “Recuerdo que cuando llamaron las primeras 15, me dije: ‘ahí estoy yo’, y así fue. Después cuando llamaron las 10, yo pensaba: ‘falta la negra, falta la negra’, y llamaron a la negra”. Se ríe a carcajadas y comenta que, aunque no ganó, esa participación le abrió muchas puertas, algunas han sido las que hoy le han permitido tener su propio negocio.
“No soy rica, pero miro hacia atrás y me doy cuenta de que yo era muy pobre”
“Si yo cuento todas las cosas por las que he pasado, no terminamos esta entrevista. Pero cada sacrificio me ha hecho más fuerte. Cuando me dicen que no, ahí es que yo pongo empeño para lograr lo que me propongo”. Una vez deja clara su determinación, Yudelsy De-Raben recalca que no malgastar el dinero e ignorar la palabra no son la clave con la que se maneja.
“Te puedo decir que yo no compro cosas innecesarias. Por ejemplo, para venir a la entrevista me compré esta ropa. No es que ando comprando todo lo que me venden para tenerlo enganchado en un clóset, es a medida que lo necesito que voy y lo compro. Ah, y la mayoría de las veces compro en pacas”. Ríe hasta más no poder mientras aclara que el ‘vest’ o sobretodo que lleva no lo adquirió en la paca. “Fue un gusto que me di con el 10 por ciento que me gané este mes”.
Con respecto al otro concepto con el que se maneja de no rendirse ante nada, Yudelsy dice que ha experimentado diversas formas de subsistencia y que nunca se ha dado por vencida. “No te imaginas todo lo que duré para graduarme de periodista en la UASD. Fui yo que me cubrí mis estudios, mi pasaje, todo. Mi mamá me llevaba a la parada tempranito para que no fuera a pasarme algo. Y de verdad que pasé mucho trabajo”.
En esta ocasión le brillan los ojos, pero no deja que ese brillo se convierta en lágrimas y prosigue su relato. “Cada vez que me ponía a hacer la tesis, algo pasaba y tenía que dejarla. Pero llegó un momento en que después de leer algo que me llegó como anillo al dedo, me dije: ‘Ya, la terminaré’. Así lo hice, me gradué y trabajé un corto tiempo en el área, pero no sentía que eso era lo mío”.
Piensa un poquito y se sonríe. “Déjame decirte que yo comencé a trabajar de manera formal a los 16 años, en un negocio donde enmarcaban cuadros. Nunca he dejado de buscar el peso y de ahorrar aunque sea poca cosa, porque esa es la única forma de uno salir adelante”. Al dar estos datos hace énfasis en que sentía que lo de ella no era el periodismo. “No me daba cuenta que en aquellas manualidades que hacía a los 12 años, era que estaba mi pasión”.
Negocio propio
Un día vio la posibilidad de irse a Estados Unidos a realizar un curso sobre montaje de eventos. Por su propia cuenta averiguó todo y se amparó en sus ahorros para dar el paso. “Pero qué pasa, cuando fui a buscar la visa, me la negaron. El cónsul me preguntó que con qué dinero cubriría los gatos y le dije que con mis ahorros, pero me faltaba dinero, y no me la dio. Eso no me hizo desistir. Vi que en Infotep iban a impartir un curso y me inscribí, pero no me llamaban. Un vecino me ayudó y pude entrar”. Es fácil darse cuenta lo orgullosa que está de lo logrado.
Luego conoce al diseñador de interiores Miguel Rodríguez y se ofrece a trabajarle gratis para ella aprender. Se le dio su deseo y contribuyó en un montaje que este tenía en un centro comercial. Se queda trabajando en una floristería que hay en el lugar, pero en servicio al cliente. “Yo iba mirando y aprendiendo. Un día, uno de los chicos no estaba y yo hice el arreglo a una cliente. No era como lo preparé, pero no desmayé. Seguí aprendiendo”. Duró tres años laborando ahí y prestando servicios independientes.
Apegada a que no conoce la palabra “no”, Yudelsy decide dejar su trabajo en la floristería y, “a manos peladas”, ponerse a trabajar de manera independiente.
“Cada día me conocían más y requerían de mis servicios personas famosas. Ahí me di cuenta que debía comprar un vehículo. Sin saber manejar lo saqué fiao, y me puse a practicar. Logré mi licencia, y poco a poco lo fui haciendo mejor. Es en esa camioneta que traslado todas mis flores y mis herramientas de trabajo”. Concluye dejando como consejo que, cuando se tiene una cultura de ahorro, no se compra compulsivamente ni se dice “no”, es más fácil lograr el éxito.