Durante décadas, el trauma perduró en la comunidad indígena canadiense de Maskwacis. Pero algunos esperan cerrarlo durante la visita del papa Francisco para pedir perdón por el papel de la iglesia Católica durante un siglo de abusos.
El pontífice, que llega el próximo domingo a Canadá, se detendrá el lunes en esta comunidad de 19.000 habitantes, situada unos 100 kilómetros al norte de Edmonton (Alberta), para visitar uno de los internados estatales gestionados por la iglesia en los que los niños indígenas eran ingresados por la fuerza.
Muchos de esos niños que sobrevivieron a los abusos aún viven en localidades como Maskwacis donde residen indígenas de cuatro naciones diferentes.
«Algunos escucharán cosas que les ayudarán a avanzar en la vida», dijo Randy Ermineskin, jefe de la comunidad crie de Maskwacis,
Desde fines del siglo XIX hasta la década de 1990, unos 150.000 inuit, mestizos o integrantes de los pueblos originarios (dene, mohawk, ojibway, crie, algonquin, etc.) fueron ingresados a la fuerza en 139 internados de todo el país. Aislados de sus familias, su lengua y su cultura, a menudo sufrieron abusos de todo tipo.
Niños indígenas y personal religioso mientras posan en las afueras de la Escuela Residencial de Kamloops en la Columbia Británica, Canadá. (EFE)
«Algo de justicia»
«Las disculpas del papa tendrán grandes consecuencias», dijo Wilton Littlechild, que pasó 14 años en varios de esos centros.
Esos asilos marcan una etapa esencial, estima este abogado que milita desde siempre en favor del diálogo entre los canadienses y los pueblos originarios del país.
«Después de una disculpa, la gente puede empezar a curar sus heridas y llegar a la conclusión -al menos para algunos- de que por fin hay algo de justicia, y entonces se podrá hablar de reconciliación», dijo Littlechild, de 78 años, a la AFP.
Aún hoy, la población autóctona, que representa casi el 5% de la de Canadá, vive en la pobreza en tanto perdura el racismo.
Las relaciones entre el Estado canadiense y los pueblos originarios, conocidos como «Primeras Naciones», siguen regidas por una ley de 1876 que creó cientos de reservas indígenas en el país.
En la de Maskwacis, una placa recuerda el internado de Ermineskin, inaugurado en 1894 y ahora destruido. Antes de cerrar en 1976, era una de las mayores de las 139 escuelas estatales gestionadas por la Iglesia católica en todo Canadá, a las que se obligó a asistir a unos 150.000 niños indígenas, inuit y metis como parte de una fallida política de asimilación.
Los alumnos eran apartados de sus familias, su lengua y su cultura. Muchos sufrieron abusos físicos y sexuales por parte de los profesores y directores. Se cree que miles murieron de enfermedades, abandono y desnutrición.
Canadá lleva años lidiando con este pasado. Pero el descubrimiento en los últimos meses de los restos de cientos de niños indígenas enterrados en tumbas sin nombre en los emplazamientos de las escuelas marcó en la conciencia nacional la realidad de cómo el Estado y la Iglesia católica los hicieron sufrir.
En torno a la escuela de Maskwacis, en las calles desiertas de una urbanización, perros errantes merodean entre triciclos abandonados y colchones en las aceras, frente a casas plagadas de graffitti o quemadas.
«Necesitamos una bendición, especialmente para los jóvenes. Es difícil aquí … Hay muchas bandas y drogas», dice Connie Roan, que vive cerca de una de las casas con techos carbonizados.
Ante su jardín esta abuela de 67 años, espera que el papa «traiga un cambio a la comunidad».
Estatua derribada de Egerton Ryerson, arquitecto de las escuelas canadienses en las que se asimilaba a la población india. (CHRIS YOUNG / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO)
«Una necesidad para Canadá»
El alcoholismo y las elevadas tasas de suicidio castigan a esas comunidades aborígenes traumatizadas por los internados y la política de asimilación, que ha sido reconocida como «genocidio cultural» por el Estado canadiense.
«Espero y rezo por la llegada del papa, porque todos lo necesitan. No sólo nosotros, sino todo Canadá», dijo Gilda Soosay, una católica de 50 años que trabaja para jóvenes en un centro contra las adicciones de la zona.
Jefa de la parroquia y con un rosario al cuello, Soosay dice que esta visita es un «milagro» que «ayudará a sanar a la gente».
En un parque, Seanna Fryingpan, de 22 años, está «excitada» por esta visita «que no ocurre más que una vez en la vida».
Sin embargo para esta joven madre, el «reconocimiento» de la responsabilidad de la Iglesia, «no cambiará lo que pasó».
Brian Lee, de 68 años, va más lejos. Dice que en este sistema aprendió «a odiar a su propio pueblo» y que le decían que su «lengua era la del diablo». Le gustaría que Francisco apoyara el aprendizaje de lenguas que están desapareciendo poco a poco.
«Creo que si todos, desde los niños hasta los ancianos, volvieran a hablar nuestra lengua, nuestra comunidad estaría mejor» reflexiona.