No importa de qué disputa comercial se trate hoy, Estados Unidos está en el centro: con Europa por autos y aviones; con los productores extranjeros de acero; con China, por todo. Pero una disputa ahora en curso en Asia, entre Japón y Corea del Sur, tiene el potencial de ser tan dañina como gran parte de lo que ha provocado Donald Trump.
También es señal de que su modelo de abuso contra los socios comerciales se está extendiendo.
Las tensiones entre Japón y Corea del Sur datan de siglos. Aún se resiente la colonización de Corea entre 1910 y 1945. Japón cree que un acuerdo de 1965 resolvió las demandas de Corea del Sur por trabajos forzados.
Está furioso porque la Corte Suprema de Corea del Sur ordenó a firmas japonesas compensar a las víctimas. En medio de una brecha que se ensancha, Japón concretó su acción más seria el 4 de julio, cuando comenzó a restringir la exportación a Corea del Sur de tres productos químicos especializados que se utilizan para hacer semiconductores y teléfonos inteligentes.
Hay mucho en juego. Japón cuenta con el 90% de la producción global de estos productos químicos. Exportó casi US$400 millones de estos productos a Corea del Sur el año pasado. Eso puede no sonar como demasiado, pero su importancia está por encima de su valor. Se los necesita para fabricar chips de memoria, que son esenciales para todo tipo de dispositivos electrónicos.
Y las firmas surcoreanas son las fabricantes dominantes de chips de memoria a nivel mundial. Si Japón fuera a cortar las exportaciones, se sentiría en todas las cadenas de producción de tecnología del mundo.
Japón también ha insinuado que podría comenzar a requerir licencias, caso por caso, para la venta a Corea del Sur de unos 850 productos con usos militares.
Firmas surcoreanas han llamado a boicotear productos japoneses. Los dos países, cuya relación comercial, por más de US$80.000 millones al año, es mayor que la que hay entre Francia y el Reino Unido, deben retroceder del borde del abismo.
La decisión de Japón de limitar exportaciones es miope económicamente, como debiera saber, dado que ha sufrido en carne propia tales controles. Cuando China restringió las exportaciones de minerales de tierras raras en 2011, Japón respondió invirtiendo en sus propias minas. Cayó la participación en el mercado de China.
El gobierno de Corea del Sur ya está debatiendo planes para promover la producción local de químicos. Japón insiste en que las compañías surcoreanas, una vez aprobadas, aún podrían comprar sus químicos, pero la amenaza de un embargo, una vez lanzada, no puede disiparse fácilmente.
El contexto geopolítico más amplio hace que el daño autoinfligido de Japón sea aún más irresponsable. Las cadenas regionales de producción ya están bajo ataque.
Compañías surcoreanas y japonesas ya están corriendo a encontrar alternativas a China como base industrial para evitar los aranceles estadounidenses. Trump ha amenazado a ambos países con impuestos a las importaciones de sus autos.
Al final, Corea del Sur y Japón serán responsables de reparar sus relaciones. Pero el decreciente interés de Estados Unidos por la diplomacia no ayuda. Y Trump está volviendo normal el uso de armas comerciales en las disputas políticas. Sus tácticas enseñan a los demás a encontrar excusas para estas acciones: citando la seguridad nacional.
Medios japoneses han sugerido que Corea del Sur ha permitido el embarque de químicos críticos a Corea del Norte, una afirmación disparatada pero que podría figurar en una defensa de sus restricciones a las exportaciones.
Bajo un presidente diferente, Estados Unidos estaría haciendo más para unir a Japón y Corea del Sur, dos aliados indispensables. Barack Obama promovió la Asociación Transpacífico, que incluía a Japón, y a la que se preveía que se sumaría eventualmente Corea del Sur. Uno de los primeros actos de Trump fue terminar con ese acuerdo.
Info: teleradioamerica.com